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martes, 10 de julio de 2012

Cristianismo versus Catolicismo. L.-C. de Saint-Martin



Extracto de su obra  

El Ministerio del Hombre-Espíritu


Escritores de un gran talento han tratado de enseñarnos los efec­tos gloriosos del cristianismo. Pero aunque se lean sus mejores obras con una gran admiración, no se encontrará allí lo que su autor trata­ba de demostrar, a mi entender, viendo que reemplazaban muchas veces los principios por juegos ingeniosos de elocuencia, e incluso, si lo deseamos, por la poesía; yo no los leo más que con la más extre­ma de las precauciones. Sin embargo, si hago algunas reseñas sobre sus escritos, no es ciertamente ni como un ateo ni un incrédulo como oso permitírmelo. He combatido mucho tiempo a los mismos enemigos que atacan estos autores con valor, y mis principios en este género me han hecho con la edad adquirir mayor consistencia.

No es tampoco, por otra parte, ni como literato ni como erudito la forma en que ofreceré mis observaciones, aunque deje sobre estos dos puntos las ventajas de que no carecen. Es como aficionado a la filosofía divina la manera en que me presentaré en la lid, y bajo este título no deben despreciarse las reflexiones de un colega que, como ellos, ama por encima de todo lo que es verdad.

El principal reproche que les hago es el de confundir en todos los puntos el cristianismo con el catolicismo; lo que hace que su idea fundamental, no poseyendo el suficiente aplomo, la ofrecen ne­cesariamente en su camino hacia un traqueteo fatigante para los que quisieran seguirles, pero que están acostumbrados a marchas sobre caminos mejor pavimentados. [...]

El verdadero cristianismo es no solamente anterior al catolicismo, sino incluso al propio término «cristianismo». El nombre de cristiano no figura ni una sola vez en el Evangelio, pero el espíritu que corres­ponde a este término queda muy claramente expresado, y consiste, según San Juan (I, 12) en el poder de llegar a ser hijos de Dios; y el espíritu de los hijos de Dios o de los Apóstoles del Cristo y de los que han creído en él es (según San Marcos, XVI, 20) que el Señor coopere con ellos y que confirme sus palabras con los milagros que las acompañen. Bajo este punto de vista, para encontrarse realmente en el seno del cristianismo es necesario estar unido en espíritu al Señor y haber consumado la completa alianza con él.

En relación con esto, el verdadero genio del cristianismo sería menos el constituir una religión que el término y lugar de reposo de todas las religiones y todos los caminos laboriosos, a través de los cuales la fe de los hombres y la necesidad de purgarse de sus faltas les obliga a caminar diariamente.

De esta forma, existe algo muy destacable, que en los cuatro Evan­gelios, que descansan en el espíritu del verdadero cristianismo, la palabra religión no se menciona ni una sola vez y que, en los escritos de los apóstoles que completan el nuevo testamento, sólo se menciona cuatro veces: una en los Hechos (XXVI, 5), en donde el autor se refiere a la religión judía; la segunda en los Colosenses (II, 18), don­de el autor se limita a condenar el culto o la religión de los ángeles; la tercera y cuarta figuran en la Epístola de Santiago (I, 26 y 27), donde dice simplemente: 1) aquel que no reprime su lengua y libra su corazón a la seducción, no posee más que una religión vana, y 2) la religión pura y sin mácula consiste en visitar a los huérfanos y las viudas en sus aflicciones y guardarse de la corrupción del siglo; ejemplos a través de los cuales el cristianismo parece tender más hacia una sublimidad divina o hacia el lugar de reposo que a reves­tirse de los colores que acostumbramos a denominar religión.

He aquí un cuadro de las diferencias entre el cristianismo y el catolicismo.

El cristianismo no es sino el espíritu de Jesucristo en su plenitud, y una vez que este divino reparador ha realizado todos los grados de su misión, que empezó a cumplir en el mismo momento en que se produjo la caída del hombre, prometiéndole que la raza de la mujer aplastaría la cabeza de la serpiente. El cristianismo es el complemen­to del sacerdocio de Melquisedec; es el alma del Evangelio, es el que hace circular en dicho Evangelio todas las aguas vivas de las que las naciones tienen necesidad para liberarse.

El catolicismo, al que corresponde propiamente el título de reli­gión, es la vía de pruebas y trabajos precisos para llegar al cristia­nismo.

El cristianismo es la religión de la liberación y de la libertad; el catolicismo no es sino el seminario del cristianismo, la región en donde moran las reglas y disciplinas del neófito.

El cristianismo llena toda la tierra por igual con el espíritu de Dios; el catolicismo sólo llena una limitada región del globo, aunque su título lo presente como universal.

El cristianismo lleva nuestra fe hasta la región luminosa de la eterna palabra divina; el catolicismo limita esta fe en las fronteras de la palabra escrita o las tradiciones.

El cristianismo dilata y amplía el uso de nuestras facultades intelectuales; el catolicismo encierra y circunscribe el ejercicio de estas mismas facultades.

El cristianismo nos muestra a Dios al descubierto en el seno de nuestro ser, sin el recurso de formas y fórmulas; el catolicismo nos hace abandonar la relación con nosotros mismos para encontrar a Dios oculto bajo el aparato de las ceremonias. [...]

El cristianismo no hace ni monasterios ni anacoretas, porque no puede aislarse más de lo que lo hace la luz del sol, y de manera idéntica trata de difundir todo su esplendor. Es el catolicismo el que ha po­blado los desiertos de solitarios, y las ciudades de comunidades reli­giosas, unos para dedicarse con mayor aprovechamiento a su salvación individual y los otros para ofrecer al mundo, que consideran corrom­pido, algunas imágenes de virtud y piedad que lo espabilarán de su letárgia.

El cristianismo no tiene ninguna secta, porque abarca la unidad, y siendo única, no puede dividirse consigo misma. El catolicismo ha visto nacer en su seno multitud de cismas y sectas que han ido incre­mentando el reino de la división, más que el dominio de la concordia, y este propio catolicismo, cuando se creyó en el más perfecto grado de pureza, apenas encuentra dos miembros de su fe que posean una creencia uniforme.

El cristianismo no ha hecho jamás cruzadas; la cruz invisible que lleva en su seno no tiene por finalidad más que el consuelo y la felici­dad de todos los seres. Ha sido una falsa imitación de este cristianis­mo, por no decir más, el que ha inventado estas cruzadas, y ha sido inmediatamente el catolicismo quien las ha adoptado; pero es el fanatismo quien las ha dirigido, el jacobinismo quien las compuso y el anarquismo el que se puso a su frente, y por último el «bandoleris­mo» el que las ha realizado.

El cristianismo sólo le ha hecho la guerra al pecado; el catolicis­mo va por el sendero de las autoridades y las instituciones. El cristia­nismo no es más que la ley de la fe; el catolicismo es la fe de la ley.

El cristianismo es la instalación completa del alma del hombre en el rango de ministro y obrero del Señor; el catolicismo limita al hom­bre en el seno de su propia salud espiritual.

El cristianismo une sin cesar al hombre a Dios, como siendo, por su naturaleza, dos seres inseparables; el catolicismo, al utilizar en ocasiones el mismo lenguaje, nutre, sin embargo, al hombre de tantas formas que le hace perder de vista su objeto real y le hace adquirir, o incluso viciarse, en numerosos hábitos que no sirven siempre para el provecho de su verdadero avance. [...]

El cristianismo es una activa y perpetua inmolación espiritual y divina, sea del alma de Jesucristo, sea de la nuestra. El catolicismo, que descansa particularmente en la misa, no ofrece en ella más que una inmolación ostensible del cuerpo y sangre del Reparador. [...]

El cristianismo pertenece a la eternidad; el catolicismo es del tiempo.

El cristianismo es el término; el catolicismo, a pesar de la impo­nente majestad de sus solemnidades, y por encima de la santa magni­ficencia de sus admirables rezos, no es más que el medio.

Finalmente, es posible que existan muchos católicos que no sean capaces de juzgar todavía en qué consiste realmente el cristianismo; pero es imposible que un verdadero cristiano no se encuentre en esta­do de juzgar lo que es realmente el catolicismo y en qué consiste en realidad lo que libera al ser.

1 comentario:

  1. ojala podamos seguir compartiendo estas enseñanzas del maestro para entender el camino que nos lleva a la comunion verdadera de nuestro ser con el de la esencia universal divina.

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