Escritores de un gran talento han
tratado de enseñarnos los efectos gloriosos del cristianismo. Pero aunque se lean sus
mejores obras con
una gran admiración, no se encontrará allí lo que su autor trataba de demostrar, a mi entender,
viendo que reemplazaban muchas veces los principios por juegos ingeniosos de elocuencia,
e incluso, si
lo deseamos, por la poesía; yo no los leo más que con la más extrema de las precauciones. Sin
embargo, si hago algunas reseñas sobre
sus escritos, no es ciertamente ni como un ateo ni un incrédulo como oso
permitírmelo. He combatido mucho tiempo a los mismos enemigos que atacan estos
autores con valor, y mis principios en este género me han hecho con la edad
adquirir mayor consistencia.
No
es tampoco, por otra parte, ni como literato ni como erudito la forma en que ofreceré mis
observaciones, aunque deje sobre estos dos puntos las ventajas de que no carecen. Es como aficionado a la filosofía divina la manera
en que me presentaré en la lid, y
bajo este título no deben despreciarse las reflexiones de un colega que, como ellos, ama por encima de todo lo que
es verdad.
El
principal reproche que les hago es el de confundir en todos los puntos el cristianismo con el
catolicismo; lo que hace que su idea
fundamental, no poseyendo el suficiente aplomo, la ofrecen necesariamente en
su camino hacia un traqueteo fatigante para los que quisieran seguirles, pero que están acostumbrados a marchas sobre caminos
mejor pavimentados. [...]
El verdadero cristianismo es no solamente anterior al
catolicismo, sino incluso al propio término «cristianismo». El nombre de
cristiano no figura ni una sola vez
en el Evangelio, pero el espíritu que corresponde a este término queda muy claramente
expresado, y consiste, según San
Juan (I, 12) en el poder de
llegar a ser hijos de Dios; y el espíritu de los hijos de Dios o de los
Apóstoles del Cristo y de los que han creído en él es (según San Marcos, XVI, 20) que el Señor coopere con ellos y que confirme sus palabras con los milagros que las acompañen. Bajo este punto de vista,
para encontrarse realmente en el seno del cristianismo es necesario estar unido en espíritu al Señor y haber consumado la completa alianza con
él.
En
relación con esto, el verdadero genio del cristianismo sería menos el constituir una religión que el término y lugar
de reposo de todas las religiones y todos
los caminos laboriosos, a través de los cuales la fe de los hombres y la necesidad de purgarse de sus faltas les
obliga a caminar diariamente.
De
esta forma, existe algo muy destacable, que en los cuatro Evangelios, que descansan en el espíritu del verdadero
cristianismo, la palabra religión no
se menciona ni una sola vez y que, en los escritos de los apóstoles que
completan el nuevo testamento, sólo se menciona cuatro veces: una en los Hechos (XXVI, 5), en donde el autor se refiere a la religión judía; la segunda en los
Colosenses (II, 18), donde el autor se limita a condenar el culto o la
religión de los ángeles; la tercera y
cuarta figuran en la Epístola de Santiago (I, 26 y 27), donde dice
simplemente: 1) aquel que no reprime su lengua y
libra su corazón a la seducción, no posee más que una religión vana, y 2) la religión pura y sin mácula consiste en visitar a los huérfanos y las viudas en sus aflicciones y guardarse de la corrupción del siglo; ejemplos a través de los cuales el
cristianismo parece tender más hacia una sublimidad divina o hacia el lugar de reposo
que a revestirse de los
colores que acostumbramos a denominar religión.
He
aquí un cuadro de las diferencias entre el cristianismo y el catolicismo.
El
cristianismo no es sino el espíritu de Jesucristo en su plenitud, y una vez que este divino reparador
ha realizado todos los grados de su misión, que empezó a cumplir en el mismo momento en
que se produjo la caída
del hombre, prometiéndole que la raza de la mujer aplastaría la cabeza de la serpiente. El cristianismo es el complemento del sacerdocio
de Melquisedec; es el alma del Evangelio, es el que hace circular en dicho
Evangelio todas las aguas vivas de las que las naciones tienen necesidad para liberarse.
El
catolicismo, al que corresponde propiamente el título de religión, es la vía de pruebas y
trabajos precisos para llegar al cristianismo.
El
cristianismo es la religión de la liberación y de la libertad; el catolicismo no es sino el seminario del
cristianismo, la región en donde moran las reglas y disciplinas del
neófito.
El
cristianismo llena toda la tierra por igual con el espíritu de Dios; el catolicismo sólo llena una
limitada región del globo, aunque su
título lo presente como universal.
El
cristianismo lleva nuestra fe hasta la región luminosa de la eterna palabra divina; el
catolicismo limita esta fe en las fronteras de la palabra escrita o las tradiciones.
El cristianismo dilata y amplía el
uso de nuestras facultades intelectuales; el catolicismo encierra y
circunscribe el ejercicio de estas mismas facultades.
El
cristianismo nos muestra a Dios al descubierto en el seno de nuestro ser, sin
el recurso de formas y fórmulas; el catolicismo nos hace abandonar la relación
con nosotros mismos para encontrar a Dios oculto bajo el aparato de las
ceremonias. [...]
El
cristianismo no hace ni monasterios ni anacoretas, porque no puede aislarse más de lo que lo hace la luz del sol, y
de manera idéntica trata de difundir todo su
esplendor. Es el catolicismo el que ha poblado los desiertos de solitarios, y las ciudades de comunidades religiosas,
unos para dedicarse con mayor aprovechamiento a su salvación individual y los otros para ofrecer al mundo, que
consideran corrompido, algunas
imágenes de virtud y piedad que lo espabilarán de su letárgia.
El
cristianismo no tiene ninguna secta, porque abarca la unidad, y siendo única, no puede dividirse
consigo misma. El catolicismo ha visto
nacer en su seno multitud de cismas y sectas que han ido incrementando el reino de la división, más que el
dominio de la concordia, y este propio
catolicismo, cuando se creyó en el más perfecto grado de pureza, apenas
encuentra dos miembros de su fe que posean una creencia uniforme.
El
cristianismo no ha hecho jamás cruzadas; la cruz invisible que lleva en su seno no tiene por
finalidad más que el consuelo y la felicidad de todos los seres. Ha sido una
falsa imitación de este cristianismo,
por no decir más, el que ha inventado estas cruzadas, y ha sido inmediatamente el catolicismo quien las ha
adoptado; pero es el fanatismo quien las ha dirigido, el jacobinismo
quien las compuso y el anarquismo el que se
puso a su frente, y por último el «bandolerismo» el que las ha
realizado.
El
cristianismo sólo le ha hecho la guerra al pecado; el catolicismo va por el sendero de las
autoridades y las instituciones. El cristianismo no es más que la ley de la fe; el catolicismo es
la fe de la ley.
El
cristianismo es la instalación completa del alma del hombre en el rango de ministro y obrero del
Señor; el catolicismo limita al hombre en
el seno de su propia salud espiritual.
El
cristianismo une sin cesar al hombre a Dios, como siendo, por su naturaleza, dos seres
inseparables; el catolicismo, al utilizar en ocasiones el mismo lenguaje, nutre, sin embargo, al
hombre de tantas formas que le hace perder de
vista su objeto real y le hace adquirir, o incluso viciarse, en numerosos hábitos que no sirven siempre para el
provecho de su verdadero avance. [...]
El cristianismo es una activa y
perpetua inmolación espiritual y divina, sea del alma de Jesucristo, sea de la
nuestra. El catolicismo, que descansa particularmente en la misa, no ofrece en
ella más que una inmolación
ostensible del cuerpo y sangre del Reparador. [...]
El
cristianismo pertenece a la eternidad; el catolicismo es del tiempo.
El
cristianismo es el término; el catolicismo, a pesar de la imponente majestad de sus solemnidades, y por encima de la
santa magnificencia de sus admirables rezos, no es más que el medio.
Finalmente,
es posible que existan muchos católicos que no sean capaces de juzgar todavía en qué consiste realmente el cristianismo; pero es imposible que un verdadero cristiano no se
encuentre en estado de juzgar lo que
es realmente el catolicismo y en qué consiste en realidad lo que libera
al ser.
ojala podamos seguir compartiendo estas enseñanzas del maestro para entender el camino que nos lleva a la comunion verdadera de nuestro ser con el de la esencia universal divina.
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