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sábado, 17 de noviembre de 2012

El emblema del Templo de Salomón y su culto. Saint-Martin



"Yahvéh quiere habitar en densa nube.
He querido erigir una morada,
un lugar donde habites para siempre".
2 Cro. 6:1

 [CN, XV]

"La construcción de este templo, hecha poco tiempo después de que el pueblo hebreo haya abandonado sus guías naturales, es una repetición perfecta de la suerte que corrió el hombre después de separarse de la fuente de su gloria, cuando fue reducido a no ver la armonía de las Virtudes divinas más que en una grosera y complicada subdivisión. 

Estas imágenes, por muy materiales que puedan ser, presentan todavía al hombre culpable los rasgos de su modelo: siempre el Autor de los Seres, celoso de su felicidad, les ofrece el cuadro de su potencia, de su gloria y de su sabiduría, para fijar su vista sobre la grandeza y la belleza de sus perfecciones, y para traer su inteligencia de vuelta a la luz, después de que esta luz haya fijado sus sentidos por sus propios emblemas.

Así, el edificio del templo reunía todo lo que había sido anunciado por los signos sensibles de las manifestaciones anteriores.

Tenía, en sus proporciones y en sus medidas verdaderas, y no literales, relaciones con el Arca que menciona la tradición hebraica, durante la plaga de la justicia divina sobre los prevaricadores por el elemento agua; y así, el templo fue, como el Arca, una nueva representación del Universo.

Ofrecía los mismos atributos que el Tabernáculo cuyo modelo fue dado al pueblo judío cuando se promulgó la Ley, porque había en este templo un lugar para los sacrificios, tal y como se operaban en el Tabernáculo. Había en ambos un lugar destinado a la oración, el cual era como el órgano de las luces y de las dádivas que la mano bienhechora del Eterno esparcía sobre este pueblo elegido y sobre sus jefes.

Pero todo en este templo era más numeroso, más abundante, más vasto, más extenso que en los templos precedentes, para enseñarnos que las Virtudes siempre iban creciendo, y que a medida que los tiempos avanzaban, el hombre ve multiplicarse en su favor los auxilios y las ayudas.

Es para instruirnos acerca de estas verdades que cada uno de los tres templos está marcado con un distintivo particular. El Arca del Diluvio estuvo errante y flotando sobre las aguas, para presentarnos la incertidumbre y las tinieblas de los primeros tiempos. El Tabernáculo estuvo alternativamente en movimiento y en reposo, y además era el mismo hombre el que lo transportaba y lo fijaba en lugares elegidos, para presentarnos los derechos acordados al hombre en su segunda época - derechos por los cuales puede aspirar a intervalos a la posesión de la luz. Finalmente, el tercer templo era estable y adherido a la tierra, para enseñarnos de manera sensible cuáles son los privilegios a los cuales el hombre puede algún día aspirar - privilegios que se extienden hasta fijar para siempre su morada en el recinto de la verdad.

Así, el templo de Jerusalén no solo representaba lo que había ocurrido en épocas anteriores, sino que era además uno de los signos sensibles más instructivos que el hombre pudo tener ante sus ojos para recobrar la inteligencia de su primer destino y la de las vías que la sabiduría había encontrado para devolverle a ella.

En los sacrificios y la efusión de la sangre de los animales hallaba la imagen del Sacrificio universal que los Seres puros no cesan de ofrecer al Soberano Autor de toda existencia, para el sostén de su gloria y de su justicia.

Añadamos de antemano que todo aquí abajo, siendo relativo al hombre, era por el hombre mismo que este sacrificio debía operarse, siendo los sacrificios de los animales solo de manera secundaria la facultad de manifestar la gloria del Gran Ser.

El hombre, solo en la Naturaleza tiene derecho a ofrecerle tributos que sean dignos de él [de Dios]; pero estando hoy en día en el extremo de la cadena de los Seres, se eleva sucesivamente por su medio: descubriendo las Virtudes de los Seres más inferiores, puede subir hasta las Virtudes que los dirigen y llegar por este avance hasta una fuerza viva que le ponga al alcance de poder cumplir con su Ley, es decir, de honorar dignamente su Principio, presentándole ofrendas sobre las cuales estarían grabados los caracteres de su grandeza.

Si el pueblo judío ha sido depositario de semejantes instrucciones, si poseyó un templo que parece ser el jeroglífico universal, si los que cumplían las funciones en él nos son anunciados como depositarios de las leyes del culto y operan incluso todos los hechos de los cuales he demostrado que la fuente estaba en el hombre, es probable que el pueblo judío sea efectivamente el pueblo elegido por la sabiduría suprema para servir de modelo a la posteridad del hombre.

Según esto, podríamos creer que este pueblo fue puesto, preferentemente a todos los demás pueblos, en posesión de los medios de regeneración de los cuales hemos hablado, así como del culto traído necesariamente sobre la Tierra por Agentes que han sido hechos depositarios de las Virtudes subdivididas del Gran Principio, para devolver al hombre el conocimiento de este Principio.

Lo creemos aún más cuando reconocemos en el culto de este pueblo relaciones con la verdadera naturaleza del hombre y sus verdaderas funciones, como las que ya hemos observado entre el templo de Jerusalén y la armonía del Universo.

Veremos que estas frecuentes abluciones, estos esmerados preparativos, estos holocaustos de toda clase - bien de animales, bien de producciones de la tierra -, este fuego sagrado alumbrando siempre los sacrificios y las ofrendas, eran símbolos muy instructivos de todas las funciones de los Seres hacia el Primero de los Principios, y de la superioridad de este Principio sobre todos los Seres. Solamente el orden de los tiempos fijados para los diferentes sacrificios, la disposición de todos los instrumentos que se empleaban, la calidad de las sustancias que entraban, el número y la colocación de las lámparas, finalmente, todas las partes de este culto serían sin duda tantos índices de algunas de estas Virtudes superiores que la sabiduría había subdividido para el hombre desde su corrupción.

Sin embargo, estos objetos que han sido, por así decir, comunes a todos los cultos, al ser exteriores y extraños al hombre, no le devolvían el sentimiento de su verdadero carácter. Era por tanto necesario que esos grandes signos fueran expresados por él, que fueran representados, puestos en acción por Seres de su propia especie, para que consiguiese el testimonio personal e íntimo de que era para una obra así que había sido formado.

Si, en su origen, podía tener a la vez tres grandes objetos de contemplación: la fuente de todas las Potencias, las Virtudes que descienden de ella para el cumplimiento de sus Leyes, y los Seres que no cesan jamás de rendirle homenaje,  era necesario que siguiese teniendo, en su estado de degradación, indicios y rastros de este sublime espectáculo; era necesario que todos aquellos grandes objetos fuesen presentados a su mirada y que fueran los hombres los que los representasen.

Así, en el ejercicio y el conjunto del culto de los hebreos podemos observar estas tres clases con la mayor exactitud.

El pueblo, ordenado alrededor del templo o en el porche, recordaba al hombre la multitud de producciones puras del Infinito, que se mantienen fielmente ligadas a este principio, tanto por amor a su gloria como por interés para su propia felicidad.

Los Levitas, afanados alrededor del Altar representaban, por su acción, las funciones de los Agentes privilegiados y elegidos para hacer llegar las aptitudes y las Virtudes del Gran Principio hasta la más insignificante de sus producciones.

Finalmente, el gran sacerdote que entraba solo, una vez al año, en el Santo Sanctorum para llevar los deseos de todo el pueblo y hacer manar hacia él los auxilios de la vida, se convertía para el hombre en una imagen expresiva del Dios invisible, del cual un solo acto de potencia basta para animar a la vez todo el círculo de los Seres, mientras que de todos los Seres que reciben perpetuamente de él los gérmenes mismos de su existencia, ninguno ha penetrado jamás en el Santuario inaccesible de su esencia.

Y es así que el hombre pudo recobrar la idea de su primera estancia, porque tuvo delante de los ojos un cuadro reducido pero regular de ella, porque finalmente vio representado en su propia especie al Dios de los Seres, sus ministros y sus adoradores.

Vio incluso en ello los signos sensibles, tanto de sus antiguos gozos como de los frutos que servían de recompensa a sus oraciones, porque las tradiciones hebraicas dan a entender cómo estos sacrificios eran coronados, enseñándonos que el templo se llenaba de la gloria del Eterno o de esos indicios de pensamientos puros, que ya vimos rodeaban al hombre.[…]

Finalmente […] todos los Seres corporales son cada uno un símbolo de una facultad invisible que le es análoga. Entonces, podríamos hacernos a la idea de la fuerza del toro, la dulzura y la inocencia del cordero, la putrefacción y la iniquidad del macho cabrío, y así de todas las especies de animales e incluso de todas las sustancias que eran ofrecidas como especie en los sacrificios.

Quizás con este cuidado hubiésemos conseguido rasgar el velo. Porque es posible que la especie de animal sacrificado fuera el signo físico de la facultad que le corresponde, y que la cantidad o el número de víctimas fuera la expresión alegórica de la misma facultad que el sacrificador buscaba combatir si era mala; o que por el contrario se esforzaba en obtener del soberano Ser si era pura; o finalmente, a la cual rendía homenaje cuando la había obtenido".