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sábado, 18 de enero de 2014

La Jerusalén Celestial

“El día del Señor llegará como un ladrón; en aquel día,
los cielos, con ruido ensordecedor, se desharán;
los elementos, abrasados, se disolverán,
y la tierra y cuanto ella encierra se consumirá
2ª Epístola de San Pedro 3:10

Final de los Tiempos:


"...toda la Naturaleza es volátil y solo tiende a evaporarse
lo haría incluso en un instante si lo fijo que la contiene le perteneciera, 
pero este fijo no le pertenece, está fuera de ella, aunque actúe violentamente sobre ella. Nunca forma una alianza con él si ésta no comienza por su disolución".
[CN, VI]

"...siendo el fuego el inicio y el final del elemento, todo anuncia que terminará la existencia del Universo, tal y como la inició; he aquí el procedimiento de este Agente, a la vez creador y destructivo. La Tierra se hunde desde su origen hacia su fuego central para reunirse con él; el cielo de los planetas la sigue para reunirse con ella. Lo percibimos poco de manera corporal, porque la atmósfera está siendo llevada con toda la maquinaria, pero cuanto más se acerquen estas masas al fuego central, más se disipará el agua; al final, solo quedará la masa de sal. Entonces los Principios ígneos, encerrados en esta masa de sal, fermentarán sobre ellos mismos, la abrasarán y la atravesarán para retornar a su fuego principio". 
[CN, XIII]

“…[la materia general] se eclipsará completamente al final de los tiempos 
y se borrará de la presencia del hombre 
como un cuadro se desvanece de la imaginación del pintor”.
Tratado de la Reintegración (§ 93), M. de Pasqually

“… y el universo entero se borrará tan súbitamente 
que la voluntad del Creador se hará oír; 
de manera que no quedará el menor vestigio, 
como si jamás hubiera existido”
Jean-Baptiste Willermoz - ISGP (LF)

Nuevos Cielos y Nueva Tierra:


“Pero esperamos, según nos lo tiene prometido, 
nuevos cielos y nueva tierra, en los que habiten la justicia”
2ª Epístola de San Pedro 3:13

“Y entonces vi un cielo nuevo y una tierra nueva
-porque el primer cielo y la primera tierra
desaparecieron…
Y vi la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén,
que bajaba del cielo, de junto a Dios…”.
Apocalipsis 21:1-2

LA JERUSALÉN CELESTIAL:


“El Señor Todopoderoso es el Templo así como el Cordero”.
Apocalipsis 22:3

“La ciudad no necesita ni de sol ni de luna que la alumbren,
porque la ilumina la gloria de Dios,
y su lámpara es el Cordero”·
Apocalipsis 21:23
 "Alma humana, cuando se pronuncien estos juicios terribles y se lleven a cabo en ti, tendrás un nuevo cielo y una nueva tierra, pues el primer cielo y la primera tierra habrán desaparecido y ya no habrá mar. Entonces verás «la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que, viniendo de Dios, descenderá del cielo sobre ti, dispuesta como una esposa que se prepara para el esposo, y oirás una potente voz que dirá: Éste es el tabernáculo de Dios con los hombres y él permanecerá contigo y tú serás su pueblo, y Dios, al quedarse en medio de ti, será tu Dios. Dios secará todas las lágrimas de tus ojos y ya no habrá muerte». Alma humana, si quieres conocer las proporciones de esta ciudad santa, de esta Jerusalén que descenderá a ti, dispuesta como una esposa que se prepara para su esposo, transpórtate a la montaña grande y alta que hay en ti. Verás que esta ciudad santa está iluminada por la claridad de Dios, que la luz que la ilumina es parecida a una piedra preciosa, a una piedra de jaspe transparente como el cristal.

Verás que está construida con forma cuadrada, que es igual en longitud que en anchura y que la medida de la muralla es de ciento cuarenta y cuatro codos de medida de hombre, para hacerte comprender que sobre las medidas adecuadas, a la vez ternarias, cuaternarias y septenarias, de tu esencia sagrada, se debe elevar esta ciudad eterna de la paz y de los consuelos, porque tú eres la única con quien la fuente eterna de todos los números y todas las medidas tiene relaciones muy próximas, porque ha querido hacer de ti su representante entre los pueblos y entre todas las regiones del universo visible e invisible. Reconocerás que tú misma eres el tabernáculo de Dios con todos los que habitan en ti y que por eso es por lo que quiere quedarse en ti, para que seas su pueblo y, al quedarse él en ti, sea tu Dios.

«Además, no verás ningún otro templo en esta ciudad santa y en esta celeste Jerusalén, porque el Señor Dios todopoderoso y el cordero es su templo, y esta ciudad no tiene necesidad de estar iluminada por el sol ni por la luna, porque es la luz de Dios la que ilumina y el cordero que hay en ti es la lámpara. Las naciones caminarán al favor de esta luz y los reyes de la tierra llevarán a ella su gloria y su honor».

Alma humana, ves que los hombres, que no están más que en un reino terrenal y material, cierran las puertas de sus fortificaciones después de hacer que salgan los enemigos y los malhechores. Los hombres del reino espiritual hacen lo mismo, para no correr el riesgo de caer víctimas de su propia negligencia, porque, si han dejado enemigos en la plaza, después de haber cerrado las puertas, ¿cuántos de estos enemigos van a devorarlos mientras duermen, sin que se den cuenta? ¿Cuántas aflicciones les descubrirá la aurora, al no abrirles los ojos nada más que para dejarlos que vean su cautividad?

Pero en este reino divino que establece en ti el hombre nuevo «no se cerrarán ya ningún día las puertas de la ciudad santa, porque no habrá noche; no habrá nada sucio ni ninguno de los que cometen abominación o mentira, sino sólo los que están inscritos en el libro de vida».

También verás en la ciudad santa un río de agua viva, clara como el cristal, que manará del trono de Dios y del cordero, porque ya no ignoras que el hombre mismo es este arroyo que sale de ese río y que, por consiguiente, debe fluir eternamente, lo mismo que el que le da el nacimiento ininterrumpidamente.

«Encontrarás también, en el centro de la plaza de la ciudad, a ambos lados del río, el árbol de la vida que tiene doce frutos y da su fruto todos los meses, y las hojas de este árbol son para curar a las naciones». Pero este árbol de vida es la luz del espíritu que acaba de encenderse en el pensamiento del hombre nuevo y que ya no podrá apagarse nunca. Este fruto que da cada mes es la palabra de ese hombre nuevo que tiene que llenar de ahora en adelante la universalidad del tiempo con todas sus sabidurías. Las hojas que deben curar a las naciones son las obras de este hombre nuevo, que esparcirán continuamente alrededor de ti la armonía y la felicidad, como tú habrías debido esparcirlas en otro tiempo, en virtud de estos tres dones sagrados que te constituyen a la vez en la imagen y el hijo del Dios de los seres.

No te concedas descanso mientras no se haya reconstruido en ti esta ciudad santa, tal como debería haber permanecido siempre, si el crimen no la hubiese derribado, y recuerda todos los días de tu vida que el santuario invisible en el que nuestro Dios se complace en ser honrado, el culto, las iluminaciones, los inciensos de los que la naturaleza y los templos exteriores nos ofrecen imágenes instructivas y beneficiosas y, finalmente, todas las maravillas de la Jerusalén celeste, pueden volver a encontrarse también hoy día en el corazón del hombre nuevo, ya que han existido en él desde el origen". 

[HN 71]