"Yahvéh quiere habitar en densa nube.
He querido erigir una morada,
un lugar donde habites para siempre".
2 Cro. 6:1
He querido erigir una morada,
un lugar donde habites para siempre".
2 Cro. 6:1
[CN, XV]
"La construcción de este templo, hecha poco
tiempo después de que el pueblo hebreo haya abandonado sus guías naturales, es
una repetición perfecta de la suerte que corrió el hombre después de separarse
de la fuente de su gloria, cuando fue reducido a no ver la armonía de las Virtudes divinas más que en una grosera y
complicada subdivisión.
Estas imágenes, por muy materiales que
puedan ser, presentan todavía al hombre culpable los rasgos de su modelo:
siempre el Autor de los Seres, celoso de su felicidad, les ofrece el cuadro de
su potencia, de su gloria y de su sabiduría, para fijar su vista sobre la
grandeza y la belleza de sus perfecciones, y para traer su inteligencia de
vuelta a la luz, después de que esta luz haya fijado sus sentidos por sus
propios emblemas.
Así, el edificio del templo reunía todo
lo que había sido anunciado por los signos sensibles de las manifestaciones
anteriores.
Tenía, en sus proporciones y en sus
medidas verdaderas, y no literales, relaciones con el Arca que menciona la
tradición hebraica, durante la plaga de la justicia divina sobre los
prevaricadores por el elemento agua; y así, el templo fue, como el Arca, una
nueva representación del Universo.
Ofrecía los mismos atributos que el
Tabernáculo cuyo modelo fue dado al pueblo judío cuando se promulgó la Ley,
porque había en este templo un lugar para los sacrificios, tal y como se
operaban en el Tabernáculo. Había en ambos un lugar destinado a la oración,
el cual era como el órgano de las luces y de las dádivas que la mano
bienhechora del Eterno esparcía sobre este pueblo elegido y sobre sus jefes.
Pero todo en este templo era más
numeroso, más abundante, más vasto, más extenso que en los templos precedentes,
para enseñarnos que las Virtudes
siempre iban creciendo, y que a medida que los tiempos avanzaban, el hombre ve
multiplicarse en su favor los auxilios y las ayudas.
Es para instruirnos acerca de estas
verdades que cada uno de los tres templos
está marcado con un distintivo particular. El Arca del Diluvio estuvo errante y
flotando sobre las aguas, para presentarnos la incertidumbre y las tinieblas de
los primeros tiempos. El Tabernáculo estuvo alternativamente en movimiento y en
reposo, y además era el mismo hombre el que lo transportaba y lo fijaba en
lugares elegidos, para presentarnos los derechos acordados al hombre en su
segunda época - derechos por los cuales puede aspirar a intervalos a la
posesión de la luz. Finalmente, el tercer templo era estable y adherido a la
tierra, para enseñarnos de manera sensible cuáles son los privilegios a los
cuales el hombre puede algún día aspirar - privilegios que se extienden hasta
fijar para siempre su morada en el recinto de la verdad.
Así, el templo de Jerusalén no solo representaba
lo que había ocurrido en épocas anteriores, sino que era además uno de los
signos sensibles más instructivos que el hombre pudo tener ante sus ojos para
recobrar la inteligencia de su primer destino y la de las vías que la sabiduría
había encontrado para devolverle a ella.
En los sacrificios y la efusión de la
sangre de los animales hallaba la imagen del Sacrificio universal que los Seres
puros no cesan de ofrecer al Soberano Autor de toda existencia, para el sostén
de su gloria y de su justicia.
Añadamos de antemano que todo aquí abajo,
siendo relativo al hombre, era por el hombre
mismo que este sacrificio debía operarse, siendo los sacrificios de los
animales solo de manera secundaria la facultad de manifestar la gloria del Gran
Ser.
El hombre, solo en la Naturaleza tiene
derecho a ofrecerle tributos que sean dignos de él [de Dios]; pero estando hoy
en día en el extremo de la cadena de los Seres, se eleva sucesivamente por su
medio: descubriendo las Virtudes de
los Seres más inferiores, puede subir hasta las Virtudes que los dirigen y llegar por este avance hasta una fuerza viva que le ponga al alcance de poder
cumplir con su Ley, es decir, de honorar dignamente su Principio, presentándole
ofrendas sobre las cuales estarían grabados los caracteres de su grandeza.
Si el pueblo judío ha sido depositario
de semejantes instrucciones, si poseyó un templo que parece ser el jeroglífico
universal, si los que cumplían las funciones en él nos son anunciados como
depositarios de las leyes del culto y operan incluso todos los hechos de los
cuales he demostrado que la fuente estaba en el hombre, es probable que el
pueblo judío sea efectivamente el pueblo elegido por la sabiduría suprema para
servir de modelo a la posteridad del hombre.
Según esto, podríamos creer que este
pueblo fue puesto, preferentemente a todos los demás pueblos, en posesión de los
medios de regeneración de los cuales hemos hablado, así como del culto traído
necesariamente sobre la Tierra por Agentes que han sido hechos depositarios de
las Virtudes subdivididas del Gran Principio, para devolver al hombre
el conocimiento de este Principio.
Lo creemos aún más cuando reconocemos en
el culto de este pueblo relaciones con la verdadera naturaleza del hombre y sus
verdaderas funciones, como las que ya hemos observado entre el templo de
Jerusalén y la armonía del Universo.
Veremos que estas frecuentes abluciones,
estos esmerados preparativos, estos holocaustos de toda clase - bien de
animales, bien de producciones de la tierra -, este fuego sagrado alumbrando siempre
los sacrificios y las ofrendas, eran símbolos muy instructivos de todas las
funciones de los Seres hacia el Primero de los Principios, y de la superioridad
de este Principio sobre todos los Seres. Solamente el orden de los tiempos
fijados para los diferentes sacrificios, la disposición de todos los instrumentos que se empleaban, la calidad
de las sustancias que entraban, el
número y la colocación de las lámparas,
finalmente, todas las partes de este culto serían sin duda tantos índices de
algunas de estas Virtudes superiores
que la sabiduría había subdividido para el hombre desde su corrupción.
Sin embargo, estos objetos que han sido,
por así decir, comunes a todos los cultos, al ser exteriores y extraños al
hombre, no le devolvían el sentimiento de su verdadero carácter. Era por tanto
necesario que esos grandes signos fueran expresados por él, que fueran
representados, puestos en acción por Seres de su propia especie, para que
consiguiese el testimonio personal e íntimo de que era para una obra así que
había sido formado.
Si, en su origen, podía tener a la vez
tres grandes objetos de contemplación: la fuente
de todas las Potencias, las Virtudes que descienden de ella para el
cumplimiento de sus Leyes, y los Seres que no cesan jamás de rendirle homenaje, era necesario que siguiese teniendo, en su
estado de degradación, indicios y rastros de este sublime espectáculo; era
necesario que todos aquellos grandes objetos fuesen presentados a su mirada y
que fueran los hombres los que los representasen.
Así, en el ejercicio y el conjunto del
culto de los hebreos podemos observar estas tres clases con la mayor exactitud.
El pueblo, ordenado alrededor del templo
o en el porche, recordaba al hombre la multitud de producciones puras del
Infinito, que se mantienen fielmente ligadas a este principio, tanto por amor a
su gloria como por interés para su propia felicidad.
Los Levitas, afanados alrededor del
Altar representaban, por su acción, las funciones de los Agentes privilegiados
y elegidos para hacer llegar las aptitudes y las Virtudes del Gran Principio hasta la más insignificante de sus
producciones.
Finalmente, el gran sacerdote que
entraba solo, una vez al año, en el Santo Sanctorum para llevar los deseos de
todo el pueblo y hacer manar hacia él los auxilios de la vida, se convertía
para el hombre en una imagen expresiva del Dios invisible, del cual un solo
acto de potencia basta para animar a la vez todo el círculo de los Seres,
mientras que de todos los Seres que reciben perpetuamente de él los gérmenes
mismos de su existencia, ninguno ha penetrado jamás en el Santuario inaccesible
de su esencia.
Y es así que el hombre pudo recobrar la
idea de su primera estancia, porque tuvo delante de los ojos un cuadro reducido
pero regular de ella, porque finalmente vio representado en su propia especie al
Dios de los Seres, sus ministros y sus adoradores.
Vio incluso en ello los signos sensibles, tanto de sus antiguos
gozos como de los frutos que servían de recompensa a sus oraciones, porque las
tradiciones hebraicas dan a entender cómo estos sacrificios eran coronados,
enseñándonos que el templo se llenaba de la gloria del Eterno o de esos
indicios de pensamientos puros, que
ya vimos rodeaban al hombre.[…]
Finalmente […] todos los Seres
corporales son cada uno un símbolo de una facultad
invisible que le es análoga. Entonces, podríamos hacernos a la idea de la fuerza del toro, la dulzura y la inocencia
del cordero, la putrefacción y la iniquidad del macho cabrío, y así de
todas las especies de animales e incluso de todas las sustancias que eran
ofrecidas como especie en los sacrificios.
Quizás con este cuidado hubiésemos
conseguido rasgar el velo. Porque es posible que la especie de animal
sacrificado fuera el signo físico de la facultad
que le corresponde, y que la cantidad o el número de víctimas fuera la
expresión alegórica de la misma facultad
que el sacrificador buscaba combatir si era mala;
o que por el contrario se esforzaba en obtener del soberano Ser si era pura; o finalmente, a la cual rendía
homenaje cuando la había obtenido".