(Extractos de “La
Iglesia y el Sacerdocio según Louis-Claude de Saint-Martin”)
“¿No sabéis que sois santuario de Dios y que el
Espíritu de Dios habita en vosotros?” (Iª
Corintios 3:16); lo que nos muestra la Iglesia en este mundo, pero no “del mundo”, es concretamente “la morada”
de Dios por el Espíritu.
(…) La Iglesia “oculta en Dios” es designada igualmente
como un “misterio oculto desde la
eternidad”.
(…) En el libro del Apocalipsis, siete asambleas
diferentes son evocadas, que no corresponden a ninguna organización humana,
sino a una institución divina, formando el conjunto de las siete un único
candelabro para el Muy Alto. Estas siete asambleas representan igualmente las
siete fuentes activas de vida, los siete poderes sacramentales sobre los
cuales el edificio sacerdotal se edifica en el hombre mostrando la Sabiduría de
Dios, son las siete columnas producidas por la piedra de fundación en la que se
establece la Iglesia Interior.
(…) Es pues en
el corazón del hombre que debe existir y vivir a partir de ahora la Asamblea de
Dios, una Asamblea que no se relaciona con ninguna organización humana, ni con
ningún sistema religioso resultante de instituciones formadas y moldeadas por
los hombres tras el advenimiento del cristianismo. Es una Iglesia edificada por
el Espíritu, teniendo por único soberano al Divino Reparador, una Iglesia
constituida para adorar al Eterno y estar en comunión con Él; y esta secreta Asamblea
de Dios, esta Iglesia Interior, tiene su morada en el corazón del hombre de
deseo.
(…) De esta
forma, no existe ningún Pontífice o Patriarca, ningún Gran Sacerdote nombrado
por una asociación religiosa mundana, ningún Soberano humano para esta Iglesia
Interior, pues su único Maestro está en el Cielo, es él quien ha puesto en el
alma la piedra fundacional esencial sobre la cual son edificadas todas las
diferentes partes invisibles del Templo de Dios, Templo donde es alabado el
Santo Nombre del Eterno.
(…) El alma
regenerada, resucitada por el Nombre Sagrado, en cuyo seno la Iglesia Invisible
ha sido edificada, va a establecer su morada permanente en el Ser Divino, es
decir, el corazón del Templo, lugar reservado como estancia de la Santa Presencia.
Por lo tanto, sólo esta [estancia] es apropiada para que pueda vivir e irradiar
la Iglesia Interior en nuestro centro, desobstruyendo las vías del Espíritu
para dejar un lugar completo para su acción, permitiendo al poder del Verbo
cumplir su obra y prodigar su luz bienhechora.
De esta forma
se impone como regla única y central para esta Iglesia situada en el corazón
del hombre, expresión tan estrechamente ligada a la vía propuesta por el
Filósofo Desconocido: “¡Dejad sitio al
Espíritu!”
Dejad lugar al
Espíritu para permitirle iluminar las profundidades del hombre, alumbrar su
edificio, prodigar las santas bendiciones en el Templo Interior para que,
apoyándose sobre las siete columnas unidas al Cielo, esté en condiciones de
hacer circular en nosotros toda la savia espiritual trascendente, y nutrir el
conjunto de nuestros altares particulares sobre los cuales brillan las leyes de
la Divinidad: “¡Dejad sitio al Espíritu!”
(…) la palabra
sagrada proferida, la palabra sublime reveladora de nuestra verdadera
naturaleza, de nuestro estado divino, siendo pronunciada en el Templo por Aquel
que viene “de lo alto” dice para nosotros la palabra determinante, entonces el
Reparador nos concederá “rango entre sus
sacerdotes”, nos declarará solemnemente de la “raza sacerdotal”. Pero qué
nos quedará por hacer a continuación, tras habernos beneficiado, en la noche
del espíritu, después de que el Templo haya sido edificado y consagrado, y ello
a pesar de nuestra miseria y terrible indignidad, de estas recepciones que nos
instituyen “sacerdote” y de la “raza sacerdotal” (…) Esta indicación
consiste simplemente, en el seno de nuestro Templo particular, en envolvernos
con la túnica de los sacerdotes del Templo de Jerusalén (…) Y este conocimiento
representa precisamente la ciencia espiritual verdadera de la Iglesia Interior,
a fin de que se realice en el altar situado en el Santuario del corazón la
divina liturgia en “espíritu” y en “verdad”, sabiendo, según la indicación
evangélica, que: “llega la hora (ya
estamos en ella) en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu
y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren” (Juan 4:23).
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“¡Que
tu corazón se ensanche! Busca a Dios; Él te busca aún más y siempre te buscó
primero. ¡Órale! Confía en el éxito de tu plegaria. Aunque seas débil para
orar, ¿el amor no rezaría por ti? Todos los beneficios del amor se te
presentarán. El hombre ingrato los olvida; el hombre decaído los rechaza; pasa
por su lado y los deja atrás. Recibiste un rayo de ese fuego; se extenderá y te
traerá nuevas marcas de ese amor, y un nuevo calor, cuatro y diez veces más
activo. Hombre, ¡levántate! Él te llama; te reserva un sitio entre sus
sacerdotes; te declara de la raza sacerdotal. Revístete con el efod [1] y la tiara. Comparece ante la asamblea pleno de la
majestuosidad del Señor. Sabrán todos que eres el ministro de su santidad; y
que la voluntad del Señor es que su santidad retome la plenitud de su dominio.
(…) El universo entero reclama ante ti su deuda; no tardes más en restituir lo
que le debes. Ahoga a todos los prevaricadores en el diluvio de tus lágrimas;
solamente en ese mar puede hoy navegar el arca santa. Solamente así se
conservará la familia del justo y la ley de la verdad vendrá para reanimar toda
la tierra”.
(Louis-Claude de Saint-Martin, El Hombre de Deseo, § 245)
Notas :
[1] Vestidura de lino fino, corta y sin mangas, más o menos lujosa, que se
ponen los sacerdotes del judaísmo sobre todas las otras y les cubre
especialmente las espaldas.