[HN, 13]
Cuando
el reparador fue a Betania para resucitar al hermano de Marta y María, que
estaba muerto desde hacía cuatro días y olía mal, dijo con voz potente, al lado
del sepulcro: Lázaro, levántate. Es a ti, alma humana, a quien se dirige
la palabra, más aún que a aquel cadáver, que no era más que el símbolo del verdadero renacimiento, y
es ahí también donde puedes encontrar un nuevo detalle de ese cuadro general
cuyo tema eres tú y que abarca todo el conjunto de las cosas.
Si
has comprendido de antemano que la anunciación del ángel puede repetirse para
ti, lo mismo que la concepción y el nacimiento del hijo de la promesa, no te
sorprenderá que la resurrección de
Lázaro pueda repetirse también para ti, sino que también, por la misma
razón, te das cuenta de que esta operación preliminar te resulta indispensable,
puesto que llevas muerto cuatro días
(tus cuatro grandes instituciones primitivas que ya no sabrías llenar) y puesto
que difundes por todas partes la
imperfección. La voz del reparador
se acerca a tu sepulcro y te grita: Lázaro, levántate. No hagas como
hicieron los judíos en el desierto. No endurezcas tu corazón ante esta voz y
sal inmediatamente de tu féretro. No faltarán personas serviciales que te
quiten las vendas. Recuerda después que, si se te ha dicho Lázaro,
levántate, solo ha sido
para que, a tu vez, repitas
voluntariamente a todas tus facultades dormidas Lázaro, levántate, y
para que esta palabra se extienda de forma continua por todas las partes de tu
ser. Entonces es cuando podrás esperar sentarte a la mesa con el Señor.
[HN, 44]
El
hombre viejo ha caído bajo el yugo de una muerte triple, que se conoce como
muerte del cuerpo, muerte del alma y muerte del espíritu, pero que, al haber
tenido en su origen como causa y principio la muerte o abolición de sus títulos
de pensamiento, palabra y obra del Eterno, debe considerarse bajo
el nombre de la muerte de su ser Divino, que, en realidad, está hoy como
enterrado en un sepulcro, comparando su deplorable situación con el estado
glorioso de que ha disfrutado. Por tanto, es preciso que el hombre nuevo tenga
por misión procurar la triple resurrección, es decir, que rescate su
pensamiento, su palabra y su obra de las regiones tenebrosas donde están
esclavizadas, que contenga su pensamiento, su palabra y su obra al borde del
abismo en el que el enemigo intenta precipitarlos todos los días, y que evite
en lo sucesivo la muerte de su pensamiento, de su palabra y de su obra, en
cualquier circunstancia en que el enemigo pueda amenazarlos.
Ésa
es una de las facetas bajo las cuales podemos considerar la triple resurrección
del hombre nuevo, y este punto de vista es tanto más real cuanto más es la
imagen demasiado fiel del peligroso destino de toda la posteridad humana.
Además, es el detalle y el cuadro reducido de la obra universal que se realiza
a gran tamaño en toda esta posteridad del hombre. […]
La primera y más difícil de estas tres resurrecciones que tendrá que realizar en sí mismo el hombre nuevo
consiste en separar de todas las
substancias falsas que lo rodean los pensamientos, voluntades y acciones suyos
que se han engullido y, por así decirlo, se han amalgamado en ellas, y que
están allí como en una verdadera tumba en la que no sólo no disfrutan del día y
de la luz, sino que van continuamente hacia una repulsiva putrefacción. […]
La segunda
resurrección
consistirá en retener al borde del
precipicio aquellos pensamientos, voluntades y acciones suyos que estén a punto
de caer en él, si no está completamente pendiente de arrancarlos de las
manos que los llevaban ya hacia el sepulcro; pero el mismo poder del que se
servirá en la primera resurrección le será igualmente útil en la segunda, y
retirará nuevas víctimas de los brazos de la muerte.
La tercera
resurrección
será la que realice de antemano en sus
pensamientos, voluntades y acciones que, en el futuro, podrían estar
expuestos a los ataques del enemigo y que él querría tratar de corromper para
sumirlos con él en los abismos, pues al hombre nuevo no le bastará con abarcar
las épocas pasadas y presentes en la manifestación de su fortaleza y de su
sabiduría, sino que tendrá que cubrir también las épocas que no han llegado
todavía, ya que ése es el mayor privilegio del espíritu. Además, trabajará sin
descanso para conseguir que la mano suprema lo rodee, lo sostenga y lo proteja
de tal modo que el enemigo no pueda en lo sucesivo tener sobre él ningún
dominio, cosa que conseguirá cuando haya sometido todo lo que hay en él y pueda
decir de él lo que decía el reparador de la corrupción exterior: He vencido
al mundo.
Pero,
para tener también una idea más simple, más exacta y, por consiguiente, más
fácil de comprender, de esta triple
resurrección, considerémosla en una época en la que la muerte haya
producido sus estragos en todas las facultades espirituales del hombre. Este
cuadro, al estar al alcance de muchos más, tiene que ser más útil, por fuerza.
Efectivamente,
podemos morir en nuestras obras si
llevamos nuestros pensamientos falsos y nuestros deseos criminales hasta su consumación;
podemos morir en nuestras voluntades
corrompidas, si se unen a los planes desordenados que pueden adoptar
nuestros pensamientos, aunque no lleguemos a realizarlos en nuestras obras.
Finalmente, podríamos morir en nuestros
pensamientos si los dejásemos que se llenasen de cuadros contrarios a la
verdad y a la gloria del espíritu, aunque no los adoptásemos en nuestras
voluntades y aunque no dejásemos que se transformasen en actos.
Ésa
es la triple resurrección que debe
realizar cada hombre en sí mismo, si quiere llegar a la dignidad del hombre
nuevo; pero jamás podremos tener la mínima idea de nuestros derechos primitivos y de nuestro verdadero renacimiento, si no
restablecemos definitivamente en nosotros una fuente de acciones regulares, una fuente de movimientos verdaderos y una fuente de pensamientos sanos, ya que estas tres
fuentes manan juntas de la fuente única y eterna del espíritu.
El
hombre nuevo, una vez convencido de estas verdades, no sólo por su íntima
persuasión, sino también por su propia experiencia, verá con agradable sorpresa
que el reparador no ha tenido más propósito que hacer que se abran los ojos de
los hombres sobre estos deberes indispensables y tan beneficiosos, cuando ha
empleado toda su fuerza en producir las tres muertes en medio del pueblo de
Israel. Esto es algo sorprendente y no se sabría marcar bien la diferencia que
hay entre los lugares en los que cada uno de estos muertos ha sido llamado a la
vida. Lázaro fue resucitado en la
tumba en la que llevaba cuatro días, cuando ya olía mal; el hijo único de la viuda de Naím fue
resucitado en el camino, cuando lo llevaban al sepulcro; la hija de Jairo, jefe de la sinagoga, de
doce años, fue resucitada en la casa de su padre. ¿Cómo no vamos a ver, en
estas tres resurrecciones realizadas por el reparador, esa triple resurrección
que tenemos que hacer todos en nosotros mismos y que es, al mismo tiempo, la
obra principal y la recompensa del hombre nuevo?
Efectivamente,
ese Lázaro resucitado en su tumba,
libre ya de la putrefacción, es la representación de nuestros actos depravados y de las
prevaricaciones que hemos llevado hasta la obra y a la realización, es decir,
hasta la morada de la muerte y de la corrupción, que está representada aquí por
los sepulcros materiales. El hijo único
de la viuda de Naím, resucitado camino de la tumba, es la representación de
nuestras voluntades criminales que
se han adherido a los planes falsos de nuestro pensamiento, pero han
quedado detenidos camino de la tumba, es decir, antes de llegar a su
realización y a los actos inicuos que hubiesen completado su corrupción y les
hubiesen hecho conocer la putrefacción sepulcral. Finalmente, la hija del jefe de la sinagoga,
resucitada en su casa, representa la muerte que podemos sentir en nuestro pensamiento, cuando lo dejamos
que se infecte con planes culpables e injuriosos para el espíritu de la verdad,
que no quiere que adoptemos más proyectos que los suyos, se ha dignado elegir
el pensamiento del hombre para ser jefe de la sinagoga universal y quiere en
todo momento que este pensamiento del hombre y todos los hijos que puedan
emanar de él, difundan por todas partes la vida que los anima.