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domingo, 13 de octubre de 2019

El Espíritu de Unidad


La única « Unidad » que importa al alma sincera realizar es la que la vincula íntimamente, en su interno, a Dios que es, y sólo Él, el “Soberano Bien”; una “Unidad” que tendrá en primer lugar por modalidades concretas, como indica el Filósofo Desconocido: “el amor”, “la obra de penitencia”, “la humildad”, la “valentía”, la “caridad”, el “desprendimiento del espíritu de la tierra”, la “resignación”, la “paciencia”, la “sumisión a la Voluntad Suprema”, el “cuidado de revestirnos del Espíritu de Verdad”, “la esperanza de recobrar los bienes que hemos perdido”, la “fe”, la “voluntad purificada”, la “determinación de disipar las tinieblas de la ignorancia”, la “vigilancia”, la “constancia en la oración” y el “estudio continuo de las Santas Escrituras”: 

“La principal unidad que deberíamos tratar de establecer en nosotros es la unidad de deseo, por la cual el ardor de nuestra regeneración se convierte para nosotros en una pasión tan dominante que absorbe todos nuestros apegos y nos arrastra, a nuestro pesar, de tal manera que todos nuestros pensamientos, todos nuestros actos, todos nuestros movimientos están constantemente subordinados a esta pasión dominante. De esta unidad fundamental veremos brotar una multitud de unidades más, que deben regirnos con el mismo dominio, cada una de ellas según su clase, o, por decirlo mejor, todas estas unidades distintas están tan vinculadas unas con otras que se suceden y se apoyan mutuamente, sin que jamás se resulten extrañas entre sí. 
Por tanto, unidad en el amor, unidad en la obra de la penitencia, unidad en la humildad, unidad en la valentía, unidad en la caridad, unidad en el desprendimiento del espíritu de la tierra, unidad en la resignación, unidad en la paciencia, unidad en la sumisión a la voluntad suprema, unidad en el cuidado de revestirnos con el espíritu de la verdad, unidad en la esperanza de recuperar los bienes que hemos perdido, unidad en la fe en que nuestra voluntad, purificada y unida a la de Dios, debe tener su realización a partir de este momento, unidad en la determinación de disipar las tinieblas de la ignorancia con las que nos envuelve nuestra permanencia, unidad en la vigilancia, unidad en la constancia para la oración, unidad en el estudio continuo de las sagradas escrituras y, finalmente, unidad en todo lo que consideremos correcto para que nos purifiquemos, para que nos resulte más soportable este bajo mundo y para que avancemos en nuestro reino, que es el reino del espíritu y el reino de Dios. Esa es la ley que debemos imponernos. 
Aunque estas unidades distintas estén íntimamente vinculadas entre sí y pertenezcan a la misma raíz, no se puede decir que deban actuar todas a la vez. Sólo en Dios se encuentran todas las unidades apacibles y temperadas, en una actividad perpetua y común, porque sólo Él es la unidad verdadera y radical”. El Hombre Nuevo § 21, LCSM

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