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domingo, 22 de diciembre de 2013

El Nacimiento. Saint-Martin





 [HN, 10]

Ha llegado el momento del nacimiento. Las fuerzas superiores, después de haber formado en nosotros, por el espíritu, la concepción de nuestro hijo espiritual, han decretado por su sabiduría que ha llegado el momento de darle el día. Vamos a salir, por tanto, de estos abismos en los que hemos estado habitando, a los que el santo por excelencia no ha tenido miedo a bajar personalmente y a los que no tiene miedo a bajar todos los días para arrancarle sus víctimas y para liberar a los esclavos. Vamos a recibir, en el nuevo ambiente al que llegamos, unas muestras de cariño más vivas y más dulces que las de esta región tenebrosa de la que salimos y que, desde ese momento, consideramos como muerte.

Sin embargo, no tendremos conocimientos mucho más amplios o, mejor dicho, no recibiremos la luz en todas las ayudas de la vida, sin poder contemplar su origen y, mucho menos, sin poder apoderarnos de ella, lo mismo que el niño disfruta de todos los bienes que sus padres y sus guías le proporcionan sin que pueda darse cuenta de la forma en que se le prodigan todos estos beneficios.

Desconfía, por tanto, hombre, de esas luces precoces que te llegan sobre la naturaleza del ser que quiere gobernarte sin que te des cuenta. Es el Dios desconocido y quiere caer sobre ti, lo mismo que cae el sol sobre las humildes plantas y, cuando vengan a ti con unos rayos tan brillantes y potentes que nos deslumbren, diles: me asombráis, me dais luz; pero, desde el momento en que puedo veros, no sois mi Dios, sino sólo una imagen de él. Mi Dios está aún por encima de vosotros, porque su acción debe ser eternamente para mí una sorpresa y un milagro, sin el cual yo no sería su hijo. Diles que quieres estar siempre y exclusivamente en manos de este Dios desconocido que se acerca a ti en secreto y te levanta para hacer que vueles seguro por encima de los abismos y colmarte de alegrías y consuelos mayores que si todos los tesoros de los cielos estuviesen abiertos ante tus ojos. Ése es el verdadero renacimiento, ése es el hijo querido que acaba de recibir el día.

Tiembla, Herodes. Tu trono está amenazado. Acaba de nacer un rey de los judíos. Los pastores han oído a los ángeles que cantaban el nacimiento de este hijo del hombre; los magos han visto su estrella en Oriente y vienen a visitarlo y ofrecerle su oro y su incienso. Por más que extermines a los hijos de Raquel para tranquilizar tus temores, este hijo es un niño que no se extermina por la mano del hombre, ya que no ha nacido de la voluntad de la carne ni de la voluntad del hombre ni de la voluntad de la sangre, sino que ha nacido de Dios. Por tanto, el Dios que lo ha formado sabrá vigilar sus días y hará que se refugie en Egipto, hasta que haya pasado el tiempo de tu furia y haya llegado el momento de la gloria de su hijo.

Y tú, hombre, no te ofendas al ver que naces en un establo y entre animales, porque solo naces en la humillación, mientras que antes existías en los abismos. Estos animales van a hacer por ti lo que tú deberías haber hecho por ellos si hubieses conservado tus derechos: van a calentarte con su aliento, como tú deberías haberlos calentado con tu espíritu y haberlos conservado por su carácter y sus formas primitivas. Pero hoy día es tu forma la que te conserva, mientras que en otro tiempo tú habrías debido conservar tu forma. Irás pronto al templo para recibir la circuncisión y Simeón cantará el cántico de alegría al tomarte en sus brazos diciendo que tú eres un niño nacido para la salvación y para la ruina de muchos.

Se nos da poca instrucción sobre los cuidados que se deben prestar a la infancia. Sin embargo, hombre, este tiempo va a ser para tu hijo el más precioso de su vida, porque tú vas a ser, al mismo tiempo, tu hijo, tu padre, tu madre, todos tus servidores dedicados al más sublime de todos los trabajos. Que este hijo recién nacido se convierta para ti en el objeto de tus cuidados más constantes. Este hijo es amor y es amor Divino y todas las luces que se desarrollen en él no le llegan si no es por este mismo camino o, yo me atrevería a decir, por su nombre. Será una forma de hacerlo hombre en una época en la que tantos hombres no sólo son todavía niños o no han nacido todavía, sino que ni siquiera están aún concebidos, sin contar los que nacen por aborto ni los que han muerto después de mucho tiempo por otros mil accidentes, aunque los veas que caminan delante de ti, que están bien y que realizan perfectamente todas las funciones visibles del hombre.

Pero no olvides que este hijo es también el hijo del dolor, el segundo nacido de Raquel, que ha costado la vida a su madre, que es el único de los doce jefes de tribu que ha nacido en la tierra prometida y ha nacido después de que su padre hubiese ofrecido un sacrificio al Señor y le hubiese levantado un altar en Betel.

Si quieres conservar este precioso vástago, aliméntalo todos los días con los mismos elementos que le han dado el nacimiento; haz que en todo momento vaya cayendo sobre él la sangre de la alianza que debe protegerlo de la espada del ángel exterminador. Es más, haz que penetre continuamente en sus venas esta misma sangre de la alianza que debe dar la muerte a todos los egipcios y ha de ponerlo en situación de saquear un día los vasos de oro y plata con los que celebran festines de iniquidad. Deja que entre en sus venas esta sangre corrosiva, que no se permitirá el descanso sin haber terminado hasta con el más mínimo vestigio del pecado. Verás entonces que los miembros de tu hijo van adquiriendo fuerza y consistencia.

¿Y por qué acumula esta sangre la vida así en los miembros de tu hijo? Porque es la sangre del dolor y no hay dolor sin vida, puesto que es una contracción de la muerte contra la vida y de la vida contra la muerte. Ésa es la razón de que cuantos más dolores haya también haya más vida y de que esta sangre de la alianza sea tan dolorosa, porque está compuesta de tinieblas y de luz, de corrupción y salud, de la naturaleza de la Divinidad, del tiempo y de la eternidad.

Haz, por tanto, que caiga en grandes gotas sobre tu hijo esta sangre de dolor; báñalo en este mar de dolor, que es el único que puede darle el sentimiento y hacer que lo conserve. Que se quede en él más tiempo que Jonás en la ballena, más tiempo que Moisés en la montaña, más tiempo que el arco sobre las aguas del diluvio, más tiempo que los hebreos en el desierto, más tiempo que todos estos hebreos en todos sus cautiverios. Que se quede allí durante toda su vida terrestre, porque sólo de esta manera la sangre depositará en su corazón, en sus huesos, en su médula, en sus venas, en todas las fibras de su ser, el elemento sacerdotal de donde deben nacer para él la lanza y la espada. Que coma todos los días este pan sacerdotal y se embriague con el vino de la cólera del Señor.

Que pasen los días y las noches en los desiertos, que la muerte de los leones sea como los juegos de su infancia y que se anuncie a primera hora del día como alguien temible para las naciones, teniendo en cuenta que ha comido durante todos los días de su vida el pan sacerdotal. Llegarán tiempos en los que el elemento sacerdotal que se deposite en él hará que florezca a su vez el hisopo y el olivo, pues la sangre de la alianza se ha convertido en la sangre del dolor, únicamente para triunfar sobre la muerte y hacer que reine la vida.

Pero la lentitud del tiempo no debe hacer que no llegues a tu meta por impaciencia. Fíjate en la lentitud con que se forman las piedras de las canteras. Si no pasas del mismo modo una larga serie de periodos progresivos, no sentirás que se deposita en ti una gran cantidad de sustancias reales y que se consolida de forma adecuada para poder formar esta piedra angular de la iglesia. En estas sustancias, mezcladas y consolidadas de esta manera, se acumula el fuego de vida y, cuando tiene su medida completa, fermenta, produce una explosión que rompe sus barreras, se inflama y se hace para siempre inextinguible.







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