Translate

sábado, 27 de diciembre de 2014

¿Quién es Martinista? - Robert Amadou


[Documents Martinistes nº 7, 1980, París]

MARTINISTA es el discípulo de Martines de Pasqually, vinculado a su gnosis y a la teúrgia ceremonial que la aplica.

MARTINISTA es el franc-masón del Rito Escocés Rectificado de la Orden de los Caballeros Masones de la Ciudad Santa, cuyos rituales e instrucciones conservan la misma herencia teosófica para ser vivida en sus Logias, sus Capítulos y sus Colegios y en la vida diaria.

MARTINISTA es el íntimo del Filósofo Desconocido, Louis-Claude de Saint-Martin, que toma conciencia de su condición de bautizado y busca por la meditación, la oración y la práctica de la vía interior, actualizar sus efectos sobre sí mismo y sobre su entorno en el silencio y la humildad, por encima de cualquier dogmatismo, en el ecumenismo más absoluto.  

MARTINISTAS, particularmente, son los miembros de una Orden Martinista que se asocian con vistas a favorecer el progreso iniciático los unos con los otros, bajo la influencia de Martines y de Saint-Martin.


* * *
Recordemos que el apelativo “Martinista”, primitivamente, antes de que Papus (1865-1916) y Agustín Chaboseau (1868-1946) popularizaran este término por la fundación de una Orden conocida bajo esta misma denominación, entre 1887 y 1891, que le benefició de cierta divulgación, proviene precisamente de los Masones del Régimen Escocés Rectificado establecidos en Rusia, así designados porque eran generalmente, más allá de su calidad de hermanos adheridos a la Reforma de Lyon, adeptos más o menos activos de las prácticas de Martines, pero ante todo admiradores entusiastas del pensamiento de Louis-Claude de Saint-Martin, y algunos incluso, como en el caso de Nicolaï Novikof (1744-1818), discípulos directos e íntimos del Filósofo Desconocido. 

* * *
  
El Martinismo es la doctrina, la gnosis judeo-cristiana de Martines de Pasqually que se encuentra integralmente en el seno de la Orden de los Élus Cohen, y que fue desarrollada por sus dos discípulos más próximos, Jean-Baptiste Willermoz que la introdujo en el seno del Régimen Escocés Rectificado, y Louis-Claude de Saint-Martin, verdadero maestro espiritual y filósofo religioso, que firma con el seudónimo de Filósofo Desconocido sus valiosos libros de teosofía. Aunque Louis-Claude de Saint-Martin no fundó nunca ninguna Orden, Papus (el Dr. Gérard Encausse) lo hizo al comienzo del siglo veinte, atribuyendo la paternidad al Filósofo Desconocido, y todas las Órdenes Martinistas hasta hoy se remontan hasta esta creación de Papus. Digamos que se trata, en realidad, de una “filiación de deseo””. 
(Robert Amadou, Prefacio al Tratado de la Reintegración).

domingo, 27 de abril de 2014

La triple resurrección del Hombre Nuevo. Saint-Martin




[HN, 13]

Cuando el reparador fue a Betania para resucitar al hermano de Marta y María, que estaba muerto desde hacía cuatro días y olía mal, dijo con voz potente, al lado del sepulcro: Lázaro, levántate. Es a ti, alma humana, a quien se dirige la palabra, más aún que a aquel cadáver, que no era más que el símbolo del verdadero renacimiento, y es ahí también donde puedes encontrar un nuevo detalle de ese cuadro general cuyo tema eres tú y que abarca todo el conjunto de las cosas.

Si has comprendido de antemano que la anunciación del ángel puede repetirse para ti, lo mismo que la concepción y el nacimiento del hijo de la promesa, no te sorprenderá que la resurrección de Lázaro pueda repetirse también para ti, sino que también, por la misma razón, te das cuenta de que esta operación preliminar te resulta indispensable, puesto que llevas muerto cuatro días (tus cuatro grandes instituciones primitivas que ya no sabrías llenar) y puesto que difundes por todas partes la imperfección. La voz del reparador se acerca a tu sepulcro y te grita: Lázaro, levántate. No hagas como hicieron los judíos en el desierto. No endurezcas tu corazón ante esta voz y sal inmediatamente de tu féretro. No faltarán personas serviciales que te quiten las vendas. Recuerda después que, si se te ha dicho Lázaro, levántate, solo ha sido para que, a tu vez, repitas voluntariamente a todas tus facultades dormidas Lázaro, levántate, y para que esta palabra se extienda de forma continua por todas las partes de tu ser. Entonces es cuando podrás esperar sentarte a la mesa con el Señor. 


[HN, 44]

El hombre viejo ha caído bajo el yugo de una muerte triple, que se conoce como muerte del cuerpo, muerte del alma y muerte del espíritu, pero que, al haber tenido en su origen como causa y principio la muerte o abolición de sus títulos de pensamiento, palabra y obra del Eterno, debe considerarse bajo el nombre de la muerte de su ser Divino, que, en realidad, está hoy como enterrado en un sepulcro, comparando su deplorable situación con el estado glorioso de que ha disfrutado. Por tanto, es preciso que el hombre nuevo tenga por misión procurar la triple resurrección, es decir, que rescate su pensamiento, su palabra y su obra de las regiones tenebrosas donde están esclavizadas, que contenga su pensamiento, su palabra y su obra al borde del abismo en el que el enemigo intenta precipitarlos todos los días, y que evite en lo sucesivo la muerte de su pensamiento, de su palabra y de su obra, en cualquier circunstancia en que el enemigo pueda amenazarlos.

Ésa es una de las facetas bajo las cuales podemos considerar la triple resurrección del hombre nuevo, y este punto de vista es tanto más real cuanto más es la imagen demasiado fiel del peligroso destino de toda la posteridad humana. Además, es el detalle y el cuadro reducido de la obra universal que se realiza a gran tamaño en toda esta posteridad del hombre. […]

La primera y más difícil de estas tres resurrecciones que tendrá que realizar en sí mismo el hombre nuevo consiste en separar de todas las substancias falsas que lo rodean los pensamientos, voluntades y acciones suyos que se han engullido y, por así decirlo, se han amalgamado en ellas, y que están allí como en una verdadera tumba en la que no sólo no disfrutan del día y de la luz, sino que van continuamente hacia una repulsiva putrefacción. […]

La segunda resurrección consistirá en retener al borde del precipicio aquellos pensamientos, voluntades y acciones suyos que estén a punto de caer en él, si no está completamente pendiente de arrancarlos de las manos que los llevaban ya hacia el sepulcro; pero el mismo poder del que se servirá en la primera resurrección le será igualmente útil en la segunda, y retirará nuevas víctimas de los brazos de la muerte.

La tercera resurrección será la que realice de antemano en sus pensamientos, voluntades y acciones que, en el futuro, podrían estar expuestos a los ataques del enemigo y que él querría tratar de corromper para sumirlos con él en los abismos, pues al hombre nuevo no le bastará con abarcar las épocas pasadas y presentes en la manifestación de su fortaleza y de su sabiduría, sino que tendrá que cubrir también las épocas que no han llegado todavía, ya que ése es el mayor privilegio del espíritu. Además, trabajará sin descanso para conseguir que la mano suprema lo rodee, lo sostenga y lo proteja de tal modo que el enemigo no pueda en lo sucesivo tener sobre él ningún dominio, cosa que conseguirá cuando haya sometido todo lo que hay en él y pueda decir de él lo que decía el reparador de la corrupción exterior: He vencido al mundo.

Pero, para tener también una idea más simple, más exacta y, por consiguiente, más fácil de comprender, de esta triple resurrección, considerémosla en una época en la que la muerte haya producido sus estragos en todas las facultades espirituales del hombre. Este cuadro, al estar al alcance de muchos más, tiene que ser más útil, por fuerza.

Efectivamente, podemos morir en nuestras obras si llevamos nuestros pensamientos falsos y nuestros deseos criminales hasta su consumación; podemos morir en nuestras voluntades corrompidas, si se unen a los planes desordenados que pueden adoptar nuestros pensamientos, aunque no lleguemos a realizarlos en nuestras obras. Finalmente, podríamos morir en nuestros pensamientos si los dejásemos que se llenasen de cuadros contrarios a la verdad y a la gloria del espíritu, aunque no los adoptásemos en nuestras voluntades y aunque no dejásemos que se transformasen en actos.

Ésa es la triple resurrección que debe realizar cada hombre en sí mismo, si quiere llegar a la dignidad del hombre nuevo; pero jamás podremos tener la mínima idea de nuestros derechos primitivos y de nuestro verdadero renacimiento, si no restablecemos definitivamente en nosotros una fuente de acciones regulares, una fuente de movimientos verdaderos y una fuente de pensamientos sanos, ya que estas tres fuentes manan juntas de la fuente única y eterna del espíritu.

El hombre nuevo, una vez convencido de estas verdades, no sólo por su íntima persuasión, sino también por su propia experiencia, verá con agradable sorpresa que el reparador no ha tenido más propósito que hacer que se abran los ojos de los hombres sobre estos deberes indispensables y tan beneficiosos, cuando ha empleado toda su fuerza en producir las tres muertes en medio del pueblo de Israel. Esto es algo sorprendente y no se sabría marcar bien la diferencia que hay entre los lugares en los que cada uno de estos muertos ha sido llamado a la vida. Lázaro fue resucitado en la tumba en la que llevaba cuatro días, cuando ya olía mal; el hijo único de la viuda de Naím fue resucitado en el camino, cuando lo llevaban al sepulcro; la hija de Jairo, jefe de la sinagoga, de doce años, fue resucitada en la casa de su padre. ¿Cómo no vamos a ver, en estas tres resurrecciones realizadas por el reparador, esa triple resurrección que tenemos que hacer todos en nosotros mismos y que es, al mismo tiempo, la obra principal y la recompensa del hombre nuevo?

Efectivamente, ese Lázaro resucitado en su tumba, libre ya de la putrefacción, es la representación de nuestros actos depravados y de las prevaricaciones que hemos llevado hasta la obra y a la realización, es decir, hasta la morada de la muerte y de la corrupción, que está representada aquí por los sepulcros materiales. El hijo único de la viuda de Naím, resucitado camino de la tumba, es la representación de nuestras voluntades criminales que se han adherido a los planes falsos de nuestro pensamiento, pero han quedado detenidos camino de la tumba, es decir, antes de llegar a su realización y a los actos inicuos que hubiesen completado su corrupción y les hubiesen hecho conocer la putrefacción sepulcral. Finalmente, la hija del jefe de la sinagoga, resucitada en su casa, representa la muerte que podemos sentir en nuestro pensamiento, cuando lo dejamos que se infecte con planes culpables e injuriosos para el espíritu de la verdad, que no quiere que adoptemos más proyectos que los suyos, se ha dignado elegir el pensamiento del hombre para ser jefe de la sinagoga universal y quiere en todo momento que este pensamiento del hombre y todos los hijos que puedan emanar de él, difundan por todas partes la vida que los anima.
 

domingo, 2 de marzo de 2014

Cuadro de las diferencias entre Cristianismo e Iglesia según Saint-Martin.- Jean-Marc Vivenza




 
"Muchos son los miembros, mas uno el cuerpo"
I Corintios 12:9
 
La primera comparación en este cuadro de las diferencias versa sobre la noción de religión:

El catolicismo, al que pertenece propiamente dicho el título de religión, es la vía probatoria y de trabajo para llegar al cristianismo. El cristianismo es una religión de liberación y libertad; el catolicismo solo es el seminario del cristianismo; es la región de las reglas y la disciplina del neófito[1].

Después se observa la no-universalidad de una religión que se presenta, no obstante, como tal en su título, debiendo el cristianismo llevar la fe en todo el mundo visible, como también en el mundo invisible.

El cristianismo llena toda la tierra por igual con el Espíritu de Dios. El catolicismo sólo llena una parte del globo, aunque el título que lleva se presente como universal. El Cristianismo lleva nuestra fe hasta la región luminosa de la eterna palabra divina; el catolicismo restringe esta fe a los límites de la palabra escrita o de las tradiciones”.

El cristianismo nos muestra a Dios sin velo, mientras que la religión, por sus formas y fórmulas litúrgicas y ceremoniales, lo hace opaco, lo enmascara y lo oculta a la vista.

El cristianismo dilata y amplia el uso de nuestras facultades intelectuales. El catolicismo contrae y circunscribe el ejercicio de estas mismas facultades. El cristianismo nos muestra a Dios al descubierto en el seno de nuestro ser, sin el auxilio de las formas y fórmulas. El catolicismo nos deja enfrentados con nosotros mismos para encontrar al Dios oculto bajo la apariencia de las ceremonias”.

La religión rodea todo lo que atañe a la divinidad de “misterios”, la oculta de manera culpable a la contemplación directa de los fieles, a un Dios que, sin embargo, tiene su morada en el corazón del hombre:

El cristianismo no tiene ningún misterio, e incluso este nombre le repugnaría, ya que por esencia, el cristianismo es la evidente y universal claridad. El catolicismo está repleto de Misterios y descansa sólo en bases veladas. La esfinge puede ser colocada en el umbral de los templos, construidos por la mano de los hombres; no puede asentarse en el umbral del corazón del hombre que es la auténtica puerta de entrada del cristianismo. El cristianismo es el fruto del árbol; el catolicismo sólo puede ser el abono”.

Si el cristianismo propone una relación inmediata, libre y abierta con Dios, la religión encierra, rechaza en el desierto y confina a las almas en comunidades cerradas, en estructuras regidas por reglas que constriñen, que no son propicias a la circulación generosa y espontánea de las esencias divinas:

“El cristianismo no hace ni monasterios, ni anacoretas, porque no puede aislarse, como tampoco la luz del sol, sino que busca, igual que ella [la luz del sol], expandir por todas partes su esplendor. Es el Catolicismo el que ha poblado los desiertos de solitarios y las ciudades de comunidades religiosas, unos para dedicarse más fructuosamente a su salvación particular, otros para ofrecer al mundo corrompido unas imágenes de virtud y piedad que lo despierten de su letargo”.

El cristianismo, que solo vive para y en la unidad, no extiende su reino por la división, las condenas, los cismas, las capillas enemigas, las luchas fratricidas, las exclusiones, conjunto siempre en lucha, nutrido por la hostilidad, hecho de desgarros permanentes que son el patrimonio constante de la religión cristiana desde hace siglos:

El cristianismo no tiene ninguna secta, ya que abraza la unidad, y la unidad, siendo una, no puede ser dividida por sí misma. El catolicismo vio nacer en su seno a multitudes de cismas y sectas que han incrementado más el reino de la división que el de la concordia; y este catolicismo mismo, cuando se cree en el más perfecto grado de pureza, apenas encuentra a dos personas cuyas creencias sean uniformes”.   

Las cruzadas bélicas, apoyadas y muy a menudo fomentadas y organizadas por la Iglesia, están alejadas del espíritu del cristianismo, cuyo objeto es la felicidad de todos los seres:

El cristianismo nunca hubiese emprendido cruzadas; la cruz invisible que lleva en su seno, sólo tiene por objeto el alivio y la felicidad de todos los seres. Es una falsa imitación de este cristianismo, por no ir más allá, la que ha inventado estas cruzadas; es el catolicismo el que las ha adoptado después: pero es el fanatismo el que las ha encomendado; es el jacobinismo el que las ha formado; es el anarquismo el que las ha dirigido, y es el vandalismo el que las ha ejecutado. El cristianismo sólo suscitó la guerra contra el pecado; el catolicismo la ha fomentado contra los hombres”.

El cristianismo, que lleva al hombre al rango de los ministros del Señor, no conoce institución alguna; no tiene marco legal; obra en el corazón del hombre con una expansión continua e ilimitada de la fe, al contrario de la religión que sólo se apoya en la ley de la que hace su única fe.

“El cristianismo sólo camina por experiencias seguras y continuas: el catolicismo sólo funciona por autoridades e instituciones. El cristianismo sólo es la ley de la fe: el catolicismo sólo es la fe de la ley. El cristianismo es la instalación completa del alma del hombre al rango de ministro y obrero del Señor: el catolicismo limita al hombre a cuidar su propia salud espiritual”.

La religión está tan sometida a las formas que separa al hombre de Dios y, sobre todo, hace perder de vista la meta por alcanzar a las almas enamoradas del Cielo:

El cristianismo une sin parar al hombre con Dios, siendo, por su naturaleza, dos seres inseparables; el catolicismo, al emplear a veces el mismo lenguaje, alimenta al hombre con tantas formas que le hace perder de vista su meta real y le deja tomar o contraer numerosos hábitos que no siempre favorecen su verdadero avance”.

El cristianismo está establecido sobre el encuentro íntimo entre Dios y el alma, es la experiencia concreta, sutil y silenciosa de la Presencia divina en lo íntimo de la criatura, mientras que la religión, que depende de lo externo, tan conforme con las leyes de este mundo condenado al tiempo y al espacio, sólo descansa en el oficio ceremonial de la eucaristía, forma aparente del santo sacrificio, mientras que el Divino Reparador se entrega a cada uno de sus elegidos, más bien sustancialmente en lo interno, en un acto sagrado de inmolación no ostensible de su cuerpo y de su sangre, haciendo que las santas especies que prometió a sus discípulos pidiéndoles conservar la memoria[2], se confieran de forma muy espiritual.

El cristianismo descansa inmediatamente en la palabra no escrita: el catolicismo descansa en general en la palabra escrita, o en el evangelio, y particularmente en la misa. El cristianismo es una activa y perpetua inmolación espiritual y divina, ya sea del alma de Jesucristo o de la nuestra. El catolicismo, que descansa particularmente en la misa, sólo ofrece, para ello, una inmolación ostensible del cuerpo y de la sangre del Reparador”[3].

La conclusión de esta larga lista que constituye  el “cuadro de las diferencias entre el cristianismo y la Iglesia”, acaba por la insistencia en las dimensiones absolutamente diferentes que separan cristianismo y religión; uno toca la eternidad, la otra está sometida al tiempo terrenal, siendo sólo un medio imperfecto para alcanzar el Cielo, autorizando así al verdadero cristiano a hacer un juicio procedente de su conocimiento interior de lo que distingue lo relativo de lo fundamental, religiosidad humana y culto del Santuario divino:

El cristianismo pertenece a la eternidad; el catolicismo pertenece al tiempo. El cristianismo es el término; el catolicismo, a pesar de su majestuosidad imponente de solemnidades, a pesar de la santa magnificencia de sus admirables oraciones, no es sino el medio. Finalmente, es posible que haya muchos católicos que no puedan juzgar aún lo que es el cristianismo; pero es imposible que un verdadero cristiano no sea capaz de juzgar lo que es el catolicismo, o lo que debería ser”.                                      



[1] Todas los pasajes citados del “Cuadro de las diferencias del cristianismo y del catolicismo”, proceden del Ministerio del Hombre-Espíritu, 3ª parte: “DE LA PALABRA”, 1802. La Introducción de este libro lleva una advertencia: “cada vez que un hombre de deseo se siente apresurado en hacer oír su voz a los mortales, no puede dejar de gritar: oh verdad santa, ¿qué les diré? Hiciste de mí una desgraciada víctima, destinada a suspirar en vano para su felicidad. Has encendido en mí un fuego ardiente, que consume a la vez todo mi ser: Siento celo por el descanso de la familia humana, o más bien una necesidad imperiosa que me obsesiona y me consume. No puedo ni evitarlo ni combatirlo, de lo mucho que me atormenta y me domina. Para colmo de males, este celo  desafortunado está limitado a alimentarse con su propia sustancia, y a devorarse a sí mismo, a falta de encontrar donde saciar el hambre que me diste de la paz de las almas (….) Aquel que va a publicar esta obra compartió a veces las angustias de los hombres de deseo; comparte los votos por la felicidad de la familia humana y va a intentar conducir las miradas de los mortales sobre el cuadro de lo que miran como la fuente de sus males, y sobre el objeto que tendrían que cumplir en el universo, en calidad de imágenes del principio supremo; pues es al hombre a quien dirige el fruto de sus veladas. Sí, al hombre, que ya sólo es una fuente de amargura, ya que sólo expande una luz de dolor; hombre, objeto más querido de mi corazón, después de esta soberana fuente, que sin duda sólo está compuesta por el mismo amor, ya que su testigo más elocuente es el dulce y sublime privilegio que me dio poder amarte, eres tú mismo a quien llamo hoy para apoyar mis acciones; eres tú a quien convoco a la más legítima como más respetable de las asociaciones, la que tiene por objeto exponer ante mis semejantes el cuadro de sus verdaderos títulos y hacer que, impactados por la grandeza de su origen, no descuiden nada para hacer revivir sus privilegios y recobrar su ilustración”.    

[2] “Y habiendo cogido el pan y dado las gracias, lo rompió y les dio a sus discípulos, diciendo: esto es mi cuerpo, el cual os es dado: haced esto en conmemoración mía” (LUCAS XXII, 19). A este respecto, las Santas Escrituras están fundadas en actos conmemorativos que tienen por vocación perpetuar constantemente el recuerdo de Dios en su relación con los hombres, por lo que la Cena se ubica perfectamente en el marco bíblico histórico. La celebración de la Pascua - en medio de muchos otros eventos: el humo que se elevaba hacia Dios y debía evocar el recuerdo de su gracia (Números V:26), el recuerdo del Sabbat con el fin de respetar el día de descanso de Dios (Éxodo XX:8; Levítico  XIX:3); la obediencia a los mandamientos de Dios (Números XV:39) es el ejemplo más llamativo: “Es la Pascua del Eterno. Esta noche recorreré el país de Egipto y golpearé a los recién nacidos de Egipto, desde los hombres hasta el ganado; ejerceré juicios contra todos los dioses de Egipto. Soy el Eterno. La sangre os servirá de señal en las casas donde moráis: veré la sangre, pasaré por encima de vosotros, y no habrá sobre vosotros plaga exterminadora cuando golpee a Egipto. Este día será para vosotros memorable, y lo celebraréis como una fiesta perpetua en cada generación. Durante siete días, comeréis panes ázimos. Desde el primer día, suprimiréis la levadura de vuestras casas; puesto que quienquiera que coma pan fermentado hasta el séptimo día, será expulsado de Israel. El primer día, tendréis una santa convocación y el séptimo día también tendréis una santa convocación. No haréis ningún trabajo en estos días; sólo podréis preparar el alimento de cada persona. Guardareis la fiesta de los ázimos, puesto que es en este día preciso cuando saqué vuestras tropas del país de Egipto; observaréis este día como una prescripción perpetua por todas las generaciones. El primer mes, desde la tarde del día catorce del mes hasta la tarde del día veintiuno, comeréis panes ázimos” (Éxodo, XII:11-18).  

[3] Saint-Martin, en este instante del “Ministerio del Hombre-Espíritu”, utiliza este argumento para señalar que la manera como la religión hace descansar principalmente su práctica sobre la eucaristía no está relacionada con la esencia del sacerdocio evangélico, lo cual recuerda las posiciones de algunos reformados radicales que llegaron a conferir poca importancia a la misa y rechazaron su carácter misterioso, casi “mágico” a sus ojos, privilegiando principalmente la efusión del Espíritu Santo en el plano religioso. “El cristianismo sólo puede estar formado por la raza santa que es el hombre primitivo, o por la verdadera raza sacerdotal. El catolicismo, que descansa particularmente en la misa, solo lo estaba durante la última Pascua de Cristo en los grados iniciales de este sacerdocio; porque el Cristo celebró la Eucaristía con sus Apóstoles y les dijo: haced esto en conmemoración mía. Ya habían recibido el poder de rechazar a los demonios, curar a los enfermos y resucitar a los muertos, pero todavía no habían recibido el complemento más importante del sacerdocio, ya que la consagración del sacerdote consiste en la transmisión del Espíritu Santo y el Espíritu Santo todavía no había sido concedido, porque el Reparador todavía no había sido glorificado (Juan 7:39). El cristianismo se hace un continuo incremento de luces, desde el momento  en que el alma del hombre es admitida en él. El catolicismo que hizo de la santa Cena el más sublime y último grado de su culto, dejó que el velo se extendiera sobre esta ceremonia e incluso, como lo anoté hablando de los sacrificios, acabó por incluir en el canon de la misa las palabras MYSTERIUM FIDEI, las cuales en absoluto están en el Evangelio y contradicen la universal lucidez del cristianismo”.