Translate

domingo, 27 de octubre de 2013

Hay en la humanidad una élite que busca a Dios. Frédéric-Rodolphe Saltzmann


Hay en la humanidad una élite que busca a Dios. Saltzmann pertenece a ella. En la base de esta búsqueda, constatamos frecuentemente la existencia de una experiencia personal: buscamos a Dios solo cuando Él nos ha encontrado, dijo Pascal. El hombre es libre de rechazar la llamada de la Divinidad. Saltzmann cree en el libre albedrío:

Der freie Wille ist das groesste Geschenk, das der Mensch von Gott erhalten hat (La libre voluntad es el don más grande que Dios dió al hombre).

El hombre encontrado por Dios experimenta su nada; tiene asco de sí mismo, se percibe bajo los colores más oscuros, e incluso exagera su culpabilidad. Los Santos hablan de su vida pasada como de un abismo de perdición. Dios se reveló a Saltzmann en la naturaleza, en su conciencia, por su Palabra y su Espíritu, y también, como resaltábamos más arriba, por sus sueños y sus visiones. Ocurrieron cosas extraordinarias en su desarrollo espiritual, creyó estar en relación directa y personal con el más allá.

Para despejar su espíritu de su envoltorio corporal y volverle sensible a la acción divina, Saltzmann recurre al ascetismo; recuerda las prácticas de los primeros siglos, de actualidad en Post-Royal; practica a menudo el ayuno, particularmente los viernes. Traduce un tratado de la Sra. Broune sobre “los cuarenta días de ayuno de Cristo en el desierto”. Saltzmann cree que el hombre que aspira a la vida divina puede desarrollar en él esta vida gracias a la soledad; opina que la disminución del amor en la soledad es un indicio de una regresión de la vida religiosa. Experimenta lo que los grandes místicos, a saber, que el deseo de cambiar de lugar es una tentación.

El cristiano, según Saltzmann, está protegido por una Providencia personal e individual, y se convierte en una providencia para su entorno, como aquel justo de Sodoma. Esta seguridad le brinda una paz sobrehumana. Saint-Martin, quien fue en cierta medida un discípulo de Saltzmann, recogió en una página admirable lo que es, según él, la esencia de la vida religiosa: No solo el hombre es conocido y amado personalmente por la Providencia, sino que debe vivir en ella y volverse uno con ella”.

Anne-Louise SALOMON, F.- R. Salzmann, 1749-1820 - Son rôle dans l'histoire de la pensée religieuse à Strasbourg (Su papel en la historia del pensamiento religioso en Estrasburgo), Paris, Berger-Levrault, 1932, p. 86 à 88.

sábado, 26 de octubre de 2013

El hombre interior es de naturaleza espiritual y eterna. Frédéric-Rodolphe Saltzmann


“En el momento de la separación, Saint-Martin dio su retrato a la Sra. Saltzmann, no a Saltzmann, una mujer dotada de un gran carácter, prudente como pocos, y más escéptica que creyente, pero llena de admiración hacia la seductora humildad del místico” (Jacques Matter, Saint-Martin, le Philosophe inconnu, Paris, Didier, 1862, p. 161)

Carta de despedida de Saltzmann a su mujer y sus hijos, en el momento de dejar Alsacia en 1793 y comenzar una vida errante:
 "¿Dónde estoy? En la tierra de Dios, bajo la poderosa custodia de nuestro Dios.
Gracias le sean dadas, ¡a él todo lo bueno! Caed de rodillas y dadle las gracias a Dios. Sus vías no son nuestras vías. Sabrá con toda certeza hacer que las cosas converjan hacia nuestro bien. Confiemos perfectamente en Él, Jesús Cristo, nuestro Rey Supremo. Vierto lágrimas de tristeza y agradecimiento. La vida humana está limitada, y las distancias son grandes. Lo percibo. Pero el espíritu está cerca, y lo estaría más todavía si tuviésemos fe. ¡Oh preciosa soledad! ¿Quiénes son los que te aman, te perciben, te sacan provecho como debieran? Das fuerza al débil, conocimiento al ignorante. ¿Constituirían los sentidos exteriores todo el ser? Podríamos creerlo, al observar cómo actúan los hombres. Los sentidos no constituyen tan siquiera la patria esencial del hombre. El hombre interior es de naturaleza espiritual y eterna. Percibe en la soledad los seres espirituales que se acercan a él, y se perfecciona al entrar en contacto con ellos. Sí, feliz aquel que goza de la soledad y sabe sacar provecho de ella. Es la escuela de la vida eterna.
He pasado seis días deliciosos y muy solitarios en Mollau. Bendito sea Dios eternamente por el sentimiento de mi pequeñez y de mi naditud y por el hambre de Dios que me ha brindado. Me ha preparado como un padre para mi viaje, y también como un padre me ha protegido. Alabado sea para la eternidad. Que él mismo bendiga a mi digno benefactor. Lo hará. Te bendecirá también a ti, amada mía. Bendecirá tu alma, y en ella activará la obra comenzada. Hace pocos días fue el aniversario de tu nacimiento. He rezado a Dios por ti, y también caminando he rezado por ti. Era una manera de rezar para mí mismo. Pueda cada día ser para nosotros un día de nacimiento a la vida eterna. Porque la vida terrena no es vida. Cómo nos alegraremos más adelante de los tiempos presentes. Son semillas para la eternidad.
El cielo está gris, la tierra está helada, el invierno está aquí. ¡Ojalá el invierno nunca se apodere de nuestros corazones! ¡Pueda Dios hacer que se derrita el hielo de nuestros corazones bajo el calor de su amor! ¡Que nuestro corazón esté consumado por un santo amor! Porque debemos volvernos santos, ser santos como Dios.
Que Dios te de fuerza y te ayude a llevar tus sufrimientos con valor. Saluda a la Sra. Bruder y al Sr. Daum. Abraza tiernamente a los niños de mi parte. ¡Adiós!"

martes, 22 de octubre de 2013

Rodolfo Saltzmann (1749-1821)




Anne-Louise SALOMON, F.- R. Salzmann, 1749-1820 - Su papel en la historia del pensamiento religioso en Strasbourg. Paris, Berger-Levrault, 1932, p. 94 a 96.

 Complemento biográfico, extracto de : "Constitución del gran Priorato de Helvetia  (1779)",
Directoire National Rectifié de France.

Rodolfo Salzmann (o Saltzmann) estudió derecho e historia en Goettingue y, gracias a sus funciones de dirección en la “Librería académica” entabló relación con los medios esotéricos y filosóficos de Alemania, Suiza y Francia. Al sumergirse en los arcanos de la teosofía, descubrió los escritos de John Pordage (1608-1681), de Jane Leade (1623-1669), de William Law (1686-1761) y de Swedenborg (1688-1772), pero es sobre todo Jacob Boehme (1575-1624) quien se convirtió en su principal interés. Con un rigor muy germánico, rechazando las prácticas teúrgicas en pos de una relación purificada con lo divino, Salzmann vivía encerrado en su despacho rodeado de sus opúsculos, y desarrollará un tipo de misticismo interior basado en la oración de quietud y el reposo en Dios, que había extraído de la espiritualidad de Fenelon y sobre todo de la Sra. Guyon, cuya memoria veneraba y de la cual se inspiraba piadosamente. Saint-Martin y Salzmann, espiritualmente muy cercanos, estaban abocados a entenderse y apreciarse. Es lo que ocurrió, y debido a los lazos que constituyeron esta amistad a partir de 1788 durante la estancia de Saint-Martin en Strasbourg, Salzmann compartió con él su amor y su devoción por el pensamiento de Jacob Boehme. Pensamiento que tuvo la considerable influencia que conocemos sobre el Filósofo Desconocido.

Algunas obras de Salzmann :
  • Le Renouvellement des choses, sept morceaux (1802-1810) (La renovación de las cosas, siete piezas) – (extractos de Ruysbroeck, Tersteegen, Catherine de Sienne, Antoinette Bourignon, Mme Guyon, Jane Lead, Swedenborg, Bromley, etc.).
  • Les Derniers Temps (1806). (Los últimos tiempos)
  • Coup d’œil sur le mystère du projet divin relatif à l’humanité, depuis la création du monde jusqu’à la fin des temps (1810). (Mirada sobre el misterio del proyecto divino con respecto a la humanidad, desde la creación del mundo hasta el final de los tiempos)
  • Religion de la Bible (1811). (Religión de la Biblia)
  •  Esprits et Vérité ou la Religion des Élus (1816). (Espiritus y Verdad, o la Religión de los Elegidos)

domingo, 20 de octubre de 2013

El alma del hombre es un pensamiento del Dios de los seres. Saint-Martin



 
 [HN, §3]



"Cualquiera que sea la idea que haya podido sacar hasta ahora el lector sobre la naturaleza del alma del hombre, no debe quedar menos convencido de que esta alma es imperecedera, ya que ¿cómo podría perecer el pensamiento de Dios?

El materialista, incluso el ateo, si existiese, no podría invalidar este principio, ya que, aun admitiendo lo que ellos mantienen, es decir, que todo es materia, no sería menos cierto que nosotros seríamos imperecederos como esta materia que ellos quieren hacer eterna e inmortal y, en definitiva, como esta materia a la que ellos quieren hacer Dios y de la que nosotros seríamos siempre una modificación necesaria, porque lo que es eterno no puede tener cambios que sean pasajeros.

Por tanto, lo único que nos quedaría sería observar con atención si es cierto que hubiese en nosotros más de una sola substancia, es decir, si en nosotros todo es espíritu, si en nosotros todo es materia o si en nosotros hay materia y espíritu.

Además, a los que no hubiesen notado su verdadera naturaleza solo les pediría que se observasen para estar a cubierto de equivocaciones, ya que, en lo que ellos llaman hombre, en lo que ellos llaman moral, en lo que ellos llaman política, en lo que ellos llaman ciencia y, finalmente, en lo que se podría llamar caos y campo de batalla de sus diversas doctrinas, encontrarían tantas acciones dobles y opuestas, tantas fuerzas que se enfrentan y se destruyen, tantos agentes abiertamente activos y tantos también abiertamente pasivos, todo esto sin buscar fuera de su propia individualidad, que, tal vez sin poder decir todavía de qué estamos compuestos, estarían de acuerdo en que seguramente todo lo que hay en nosotros no es parecido y en que nosotros existimos nada más que en una diferencia perpetua, bien sea con nosotros mismos, con lo que nos rodea o con todo lo que podemos alcanzar y considerar.

Después de esto, ya no haría falta basarse con cierto cuidado en estas diferencias para captar su verdadero carácter y para clasificar al hombre en su verdadero rango, comparándolo con una línea recta, al lado de la cual se pueden describir y se describen diariamente infinidad de curvas, pero cuya rectitud exclusiva no puede confundirse, sin una ceguera grosera, con esas curvas que jamás sabrían parecerse a ella, o, si se quiere, comparándolo con la duración imparable que conserva silenciosamente su imperturbable existencia en medio de todas las revoluciones de los seres.

Con esto basta para demostrar que no es necesario que perdamos más tiempo con objeciones secundarias, con las que los hombres inferiores se ciegan unos a otros todos los días. Tenemos que realizar proyectos más amplios que el de ocuparnos de las oscuridades voluntarias, que solo proceden del frívolo descuido del mundo, y este proyecto consiste en ocuparnos de las oscuridades naturales propias del estado terrestre del espíritu del hombre; pero debemos ocuparnos mucho más aún de las claridades y las luces que pertenecen a su esencia indestructible, ya que hay muchos grados en las necesidades del hombre y estaríamos haciendo muy poco por él limitándonos a pensar únicamente en alguno de los males que puede solucionarse él mismo, bien sea centrando en él toda su atención o utilizando los recursos que ya se le han dado. Repitamos, por tanto, la frase que dice que el alma del hombre es un pensamiento del Dios de los seres.

De esta sublime verdad se deduce otra verdad que no es menos sublime, y es que no estamos dentro de nuestra ley ni pensamos por nosotros mismos, ya que, para cumplir el espíritu de nuestra verdadera naturaleza, no debemos pensar nada más que por medio de Dios, sin lo cual ya no podemos decir que somos un pensamiento del Dios de los seres, sino que nos declaramos como el fruto de nuestro pensamiento, nos anunciamos como si no tuviésemos más origen que nosotros mismos y como si hubiésemos sido nuestro propio principio, de tal manera que, al desfigurar nuestra naturaleza, estamos anulando a aquél de quien la tenemos: ciega impiedad, que puede darnos a conocer el camino que han seguido todas las prevaricaciones.

De esta sublime verdad de que el hombre es un pensamiento del Dios de los seres, se deduce una vasta iluminación sobre nuestra ley y nuestro destino: que la causa final de nuestra existencia no puede concentrarse en nosotros, sino que debe guardar relación con el origen que nos ha engendrado como pensamiento, que nos separa de él para operar fuera de las limitaciones de operación que le impone su unidad no subdividida. Pero ese origen debe ser, sin embargo, su meta y final, lo mismo que todos nosotros somos aquí abajo la meta y el final de los pensamientos que creamos, que no son más que otros tantos órganos e instrumentos que empleamos para cooperar en la realización de nuestros planes, de los que nuestro nosotros es siempre el objeto. Por eso es por lo que este pensamiento del Dios de los seres, ese nosotros, debe ser el camino por donde debe pasar toda la Divinidad entera, del mismo modo que nosotros nos introducimos todos los días completamente en nuestros pensamientos para hacer que alcancen la meta y el fin cuya expresión son ellos y para que lo que está vacío en nosotros quede lleno en nosotros, ya que ése es el deseo secreto y generalizado del hombre y, por consiguiente, es también el de la Divinidad, de la que el hombre es imagen.

Esta operación se realiza según las leyes de multiplicación espiritual por parte de la Divinidad que hay en el hombre, cuando él le ha abierto su vida integral y entonces la Divinidad desarrolla en nosotros todos los productos espirituales y divinos relacionados con sus planes, como nosotros vemos que, para lo que está relacionado con los nuestros, transportamos constantemente nuestras fuerzas y nuestros poderes a nuestro pensamiento, ya producido, para que puedan llegar a su perfecta realización; pero, con la diferencia de que los planes divinos, que nos vinculan con la propia unidad, son fuentes inagotables cuando quieren unirnos a ellos y, como tienen vida por sí mismos, operan en nosotros una serie de actos vivos que son como multiplicidades de luces, multiplicidades de virtudes, multiplicidades de alegrías que van cada vez a más. Es más que una lluvia de oro lo que cae sobre nosotros, es más que una lluvia de fuego: es una lluvia de espíritus, de todos los niveles y de todas las cualidades, pues es una verdad reconocida que Dios no piensa sin crear su imagen, por lo que no hay más que un espíritu que pueda ser la imagen de Dios. Yo digo que por eso es por lo que recibimos en nosotros multiplicidades de santificaciones, multiplicidades de ordenaciones, multiplicidades de consagraciones y podemos difundirlas alrededor de nosotros, de forma activa, sobre todos los objetos que están fuera de nosotros y sobre las personas que tenemos cerca.
 
Tenemos un indicio de nuestro avance en este género cuando notamos considerablemente que las cosas de este mundo no existen y podemos compararlas físicamente con las que existen. Entonces, una sola sensación de la vida nos instruye más que todos los documentos y desbarata, como por arte de magia, todo el tinglado de la falsa filosofía, ya que esta comparación, cuando tenemos la satisfacción de poder hacerla, nos enseña la diferencia que hay entre el pensamiento vivo del Dios de los seres y este montaje confuso y tenebroso de todas estas sustancias mixtas, errantes y mudas, que componen la región material a la que estamos vinculados por las leyes de nuestro cuerpo. Se trata de una operación indispensable para pasar a la categoría de catecúmeno y para poner el pie en el primer peldaño de la escala sacerdotal".

domingo, 13 de octubre de 2013

In Memoriam: Transición de Saint-Martin al Oriente Eterno.






El 13 de Octubre de 1803, Louis-Claude de Saint-Martin, nacido el 18 de enero de 1743 en Amboise, pasaba al Oriente eterno tras “haber rehusado aceptar la presencia de un sacerdote” en el momento de su retorno a Dios (J. de Maistre, Veladas de San Petersburgo, diálogo XI, 1821).

“La esperanza de la muerte es la consolación de mis días, por lo que desearía que jamás se diga: la otra vida, pues solo hay una”.
Retrato, § 109

“La gran cosa solo debe realizarse en el reposo y la aniquilación de todo nuestro ser, cada acción exterior a la que nos libramos es en prejuicio de esta acción viva que debe nacer y existir continuamente en todos nuestros centros”.
Retrato,  § 455