“La única iniciación que predico y
que busco con todo el ardor de mi alma es aquella por la que podemos penetrar
en el corazón de Dios, y hacer entrar el corazón de Dios en nosotros, para
hacer un matrimonio indisoluble que nos haga el amigo, el hermano y la esposa
de nuestro Divino Reparador. No hay otro medio para llegar a esta santa
iniciación que el de sumergirse, cada vez más, hasta las profundidades de
nuestro ser y de no retroceder hasta que no hayamos alcanzado a obtener la viva
y vivificante raíz, porque entonces todos los frutos
que tendremos que llevar, según nuestra especie, se producirán naturalmente en
nosotros y fuera de nosotros, tal como vemos que ocurre para nuestros árboles
terrestres, porque están adheridos a su raíz particular, de la que no dejan de
bombear la savia. Este es el lenguaje con el que os he escrito en todas mis
cartas y, seguramente, cuando esté en vuestra presencia, no podré comunicaros
misterio más amplio y más propio que el que os avanzo. Y tal es la ventaja de
esta preciosa verdad, que se la puede hacer correr de un extremo al otro del
mundo y hacerla resonar en todos los oídos, sin que los que pudiesen escucharla
puedan obtener otro resultado que no fuera sacarle provecho, o dejarla ahí, sin
embargo, sin excluir los desarrollos que podrían nacer en nuestras entrevistas
y nuestras conversaciones, pero de los cuales estáis ya tan abundantemente
provisto por nuestra correspondencia, y todavía más por los minuciosos tesoros
de nuestro amigo B [Böhme] que, en conciencia, no puedo creerle en la escasez,
y que temeré todavía menos para usted en el futuro, si quisierais poner de
relieve vuestros excelentes fundamentos. Es, con este mismo espíritu que os
contestaré sobre los diferentes puntos que me invitáis a aclarar en mis nuevas
empresas. La mayoría de estos puntos son
relativos a estas iniciaciones por las cuales he pasado en mi primera escuela,
y que he dejado desde hace tiempo para dedicarme a la única iniciación que sea
realmente según mi corazón. Si he
comentado estos puntos en mis antiguos escritos, fue en el ardor de esa
juventud, y por el imperio que cogió sobre mí la costumbre diaria de verlos
tratar y preconizar por mis maestros y mis compañeros.
Pero hoy en día podré, menos que nunca, llevar a alguien lejos sobre algún
asunto, cuando yo me desvío de él cada vez más; además, no sería de casi
ninguna utilidad para el público, el cual, en efecto, en simples escritos, no
podría recibir sobre aquello suficientes luces, y además no tendría ningún guía
para dirigirle: estos tipos de
claridades deben pertenecer a aquellos que son llamados a usarlas por orden de
Dios, y para la manifestación de su gloria y cuando son llamados de esta manera
no hay que preocuparse acerca de su instrucción, porque reciben entonces sin
ninguna dificultad y sin ninguna oscuridad mil veces más nociones, y nociones
mil veces más seguras que las que un simple aficionado como yo pudiese darles
sobre todas estas bases. Querer hablar de ello a otros, y sobre todo al
público, es querer estimular en balde una vana curiosidad, y querer trabajar
más bien por la gloria del escritor que por la utilidad del lector; ahora bien,
si me equivoqué en este sentido en mis escritos, me equivocaría todavía más si
quisiera persistir en caminar con este mismo pie: así mis nuevos escritos hablarán
mucho de esta iniciación central,
la cual, a través de nuestra unión con
Dios, puede enseñarnos todo lo que debemos saber, y muy poco de la anatomía
descriptiva de estos delicados puntos sobre los cuales desearíais que llevara
mis miradas, y los cuales no debemos tener en cuenta más que porque se
encuentran incluidos en nuestra circunscripción y en nuestra administración.
Os diré que en las generaciones
espirituales de todo género, este efecto os debe parecer natural y posible
puesto que las imágenes que tienen relaciones con sus modelos deben siempre
tender a acercarse a él. Es por esta vía que se dirigen todas las operaciones
teúrgicas, o se emplean los nombres de los espíritus, sus signos, sus
caracteres, todas las cosas que, pudiendo ser dadas por ellos, pueden tener
relaciones con ellos; por ahí caminaban los sacrificios levíticos; por ahí,
sobre todo, debe caminar la ley de nuestra iniciación central y divina, por la
cual, presentándola a Dios tan pura como podamos, el alma que nos ha dado y que
es su imagen, debemos atraer el modelo sobre nosotros y formar así la
unión más sublime que jamás haya podido hacer ninguna teúrgia ni ninguna
ceremonia misteriosa que llenan todas las demás iniciaciones. En cuanto a su pregunta sobre el aspecto de la luz o
de la llama elemental para obtener las virtudes que le sirven de camino, debéis
ver que entran absolutamente en lo teúrgico, y en lo teúrgico que emplea la naturaleza elemental, y como tal, la creo
inútil y extraña a nuestro verdadero teurgismo, donde no se necesita más llama
que nuestro deseo, ni más luz que la de nuestra pureza. Esto no prohíbe sin embargo los conocimientos muy
profundos que podéis encontrar en B. [Böhme] acerca del fuego y sus
correspondencias; hay tema para sacar provecho de vuestras especulaciones; los
conocimientos más activos sobre este punto deben nacer en las operaciones
espirituales sobre los elementos; y con esto, no tengo más que añadir”.
"Cuando el fuego del corazón haya inflamado mi corazón y haya quemado mis ríñones, cuando los hombres de Dios hayan preparado todos los sentidos de mi alma, cuando el óleo santo haya realizado mi consagración exterior e interior, entonces entrará en mí el Señor y se paseará dentro de mí, igual que paseaba en otro tiempo por el jardín del Edén. Oiré a mi Dios, veré a mi Dios, comprenderé a mi Dios y sentiré a mi Dios. Él allanará los caminos por donde quiera hacer que camine su sabiduría, dispondrá mi corazón para poder morar en él como en un lugar de reposo y, cuando yo quiera alimentarme con las dulzuras de la virtud, con el imperio de las fuerzas y los poderes y con la deliciosa contemplación de la luz, tendré en cuenta al habitante celeste que morará en mí y Él, a su vez, me proporcionará todos estos bienes". [HN 49]
Extracto de su Carta a Kirchberger, 19 de Junio de 1797.
"Cuando el fuego del corazón haya inflamado mi corazón y haya quemado mis ríñones, cuando los hombres de Dios hayan preparado todos los sentidos de mi alma, cuando el óleo santo haya realizado mi consagración exterior e interior, entonces entrará en mí el Señor y se paseará dentro de mí, igual que paseaba en otro tiempo por el jardín del Edén. Oiré a mi Dios, veré a mi Dios, comprenderé a mi Dios y sentiré a mi Dios. Él allanará los caminos por donde quiera hacer que camine su sabiduría, dispondrá mi corazón para poder morar en él como en un lugar de reposo y, cuando yo quiera alimentarme con las dulzuras de la virtud, con el imperio de las fuerzas y los poderes y con la deliciosa contemplación de la luz, tendré en cuenta al habitante celeste que morará en mí y Él, a su vez, me proporcionará todos estos bienes". [HN 49]
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