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miércoles, 10 de octubre de 2012

Del Culto verdadero. Saint-Martin

"Adorarás al Señor tu Dios
y sólo a Él darás culto"
[Lc 4:8; Mt 4:10]

"En su verdadera definición, un culto no es sino la ley por la cual un Ser, al buscar apropiarse de las cosas que necesita, se acerca a Seres hacia los cuales su analogía le llama en cada instante y huye de los que le son contrarios. Así, la fe de un culto está fundada en una verdad primera y evidente, es decir, en la ley que resulta esencialmente del estado de los Seres y de sus respectivas relaciones". [CN, IX]

“La primera Religión del hombre permanece invariable, él está, a pesar de su caída, sujeto a los mismos deberes; pero como ha cambiado de ambiente [tras su caída], ha sido necesario también que cambie de Ley para dirigirse en el ejercicio de su Religión. Ahora bien, este cambio no es otra cosa que el estar sometido a la necesidad de emplear medios sensibles para un culto que no debía conocerlos nunca. Sin embargo, como estos medios se le presentan de forma natural, los encuentra fácilmente, pero necesita mucho más, ciertamente, para hacerlos valer y servirse de ellos con éxito". [EV]

"Pero, al hacer derivar el culto del hombre de sus necesidades y de la necesidad de combatir el obstáculo que le sirve de barrera, parecería que admitiese una multiplicidad innombrable de diferentes cultos, ya que, en general, estando el hombre expuesto a necesidades tan diferentes, tan variadas, tanto por su Ser intelectual como por su Ser corporal, querer prescribir una ley uniforme para esas diferentes especies de necesidades sería ir contra el orden y contra la razón. Algunas palabras bastarán para hacer desaparecer esta dificultad.
Si la unidad del culto es una verdad innegable y fundada en la unidad misma de aquél que debe ser el objeto del mismo, esta unidad no excluye la multiplicidad de medios a los cuales la variedad infinita de nuestras necesidades nos obligan a recurrir. Entonces, este culto podría recibir innumerables extensiones en los detalles y no dejar por ello de ser perfectamente simple y siempre uno en su objeto, que es acercar lo que le falta a nuestro Ser y lo que le es necesario para su existencia. [...]
Pero, aunque en estos diferentes estados veamos diversificarse el culto del hombre, o más bien ampliarse y elevarse a medida que vaya descubriendo mejor la extensión y la naturaleza de sus verdaderas necesidades, este culto, mientras sea conforme al orden natural, es siempre uno, ya que tiende continuamente al mismo objetivo, que es colmar las necesidades del hombre según los diversos estados por los que pasa y hacerlo por lo medios más verdaderos y más naturales de los que sea capaz.  
  
Porque las vías de la sabiduría son tan fecundas que se transforman en cada instante para adaptarse a todas nuestras situaciones. Y si, por la plenitud de sus facultades, abraza a todos los Seres, todos los tiempos, todos los espacios, en cualquier posición que nos encontremos, nunca puede dejar agotar la fuente de sus dones, y por múltiples que estos sean, tienen todos la misma unidad por principio y por fin.
Según esto, sea cual sea la superioridad que presente un culto, sería imprudente proscribir aquéllos que, al no haberla alcanzado todavía, ejerzan cultos menos perfectos, porque no sólo las leyes de la rehabilitación de los hombres, combinándose con las leyes de la cosas sensibles, están sometidas a los tiempos y a un orden sucesivo, sino porque además ignoramos si no se encuentran luces ocultas y secretas Virtudes bajo apariencias poco imponentes. [...]

A pesar de la superioridad de un culto sobre los demás cultos, quizás la Tierra entera participe de los derechos que distinguen al culto perfecto; quizás entre todos los pueblos y en todas las instituciones religiosas haya hombres que encuentran acceso a la sabiduría y, lejos de querer disminuir el número de los verdaderos templos del Eterno, debemos creer que, tras los dones universales que expandió sobre nuestra morada, no hay ningún hombre en la Tierra que no pueda, si lo quisiera, servir de templo a este Gran Ser. Porque, a cualquier  lugar donde vaya el hombre, por muy aislado que esté, están siempre tres juntos [cuerpo, alma y espíritu], y este número es suficiente para constituir un templo.
Dejemos pues de juzgar las vías de la sabiduría y circunscribir límites a sus Virtudes. Creamos que los hombres le son igualmente queridos; que si ella colmó a algunos con sus favores más preciosos y más graciosos, es una razón más para que ellos imiten su ejemplo, empleando para con sus semejantes la misma indulgencia; por último, esta indulgencia, que no es otra cosa que el amor divino, es dulce, benéfica, y no proscribe, aunque dejara a los Seres en privación. [...]
... ya que el culto verdadero y los Agentes encargados de expandirlo solo han tenido por objetivo restablecer la armonía entre nuestros tres Seres, mostrar al hombre el empleo de todas las sustancias de la Naturaleza y sus propiedades, representarle visiblemente aquéllas que están en él y que, combinadas con todas las demás Virtudes naturales, deberían ser la imagen y la expresión completa del Gran Ser del que todo procede. [...]

No hay que ocultar aquí que este culto y estos medios sensibles, transmitidos al hombre por Agentes puros, piden por su parte una atención muy vigilante, una firmeza invencible y un discernimiento muy sutil para no confundir las acciones verdaderas que deben animar el culto con las acciones falsas que tienden continuamente a desfigurarlo, y que están siempre dispuestas para extraviar al hombre, ya sea visible o invisiblemente".[CN, IX]

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