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jueves, 27 de septiembre de 2012

El Arte Hermético. Saint-Martin



"El mismo error que desvió al hombre primitivo de sus actos espirituales para fijarlo a los resultados tenebrosos de la materia, forma la base de los Adeptos [Alquimistas]. Es en la descomposición de los Seres materiales y por las manipulaciones de su arte que esperan descubrir una verdadera luz para el hombre y encontrar el espíritu vivificante de la naturaleza. Pero aquel que está iluminado por la verdadera Ciencia, sabe que no es en la materia donde hay que buscar ni la luz ni el Espíritu de la Vida".
IS-P, Jean-Baptiste Willermoz
 [CN, X]
"El objeto del arte hermético, generalmente el más conocido, nunca se eleva más allá de la materia. Se limita ordinariamente a dos objetivos: la adquisición de riquezas y la preservación y curación de las enfermedades, lo cual, según el capricho de sus sectarios, no pone límites a los deseos y al poder del hombre y le permite esperar días felices y de duración infinita.

En vano algunos partidarios de esta ciencia seductora pretenden conseguir por ella una ciencia aún más noble, que los elevase tanto por encima de los adeptos materiales [científicos] como estos lo estarían por encima del vulgo. Estos hombres, muy loables en sus deseos, dejan de serlo cuando consideramos las vías por las que buscan cumplirlos. Porque cualquier sustancia solo puede producir frutos de su [misma] naturaleza, y con bastante seguridad los frutos por los cuales parecen suspirar son de una naturaleza muy diferente de las sustancias que someten a sus manipulaciones.

Dado que el arte hermético material no llega más allá de los objetos materiales, este arte no es de una clase más elevada que la agricultura. Pues es evidente que los emblemas y los símbolos de la mitología le son igualmente extraños, ya que estos presentan el lenguaje de la inteligencia y dan una vida y una acción a facultades que son desconocidas para la materia.

Los que creyeron ver tantas relaciones entre cosas tan diferentes solo las confundieron dejándose seducir por la uniformidad de las leyes que les son comunes. Hay que observar tiempos, grados, medidas, pesos, cantidades para la dirección de los procesos herméticos. Igualmente hace falta un peso, un número, una medida para dirigirnos conforme a las leyes de nuestra naturaleza inteligente. Hace falta una precisión, una exactitud extrema en todas las operaciones herméticas. Aún más, hace falta seguir un orden fijo y regular en la carrera intelectual.

Son estas conformidades las que indujeron al error a los observadores. Atribuyeron a operaciones absolutamente materiales una multitud de principios que solo podían convenir a objetos superiores, por su acción y por todas las propiedades que les son inherentes. Por eso, es verdad que rebajaron los antiguos símbolos, en vez de explicárnoslos.

El error de los sectarios de la ciencia hermética viene pues de que confundieron continuamente, tanto en sus doctrinas como en su obra, dos ciencias perfectamente distintas.

El amor del Principio supremo solo presentó a los hombres las leyes de la Naturaleza material para ayudarles a reconocer las huellas del modelo vivo que habían perdido de vista. Por el contrario, los filósofos herméticos se sirvieron de esa similitud entre el modelo y la imagen para confundirlos y hacer de ello un único Ser.

Engañados por esta idea precipitada, los filósofos herméticos no vieron que la simple física material, a la cual aplicaron todos sus esfuerzos, no merecía estos misterios ni este lenguaje enigmático y oculto que presentan los antiguos emblemas. No vieron que, de existir una ciencia digna del estudio y de los homenajes del hombre, era la que ponía su grandeza en evidencia iluminándole sobre su origen y sobre la amplitud de sus facultades naturales e intelectuales.
           
Pues podemos decir que si su objeto no es quimérico en todos los sentidos posibles, la vía que siguen es al menos muy extraña al verdadero empleo del hombre y completamente opuesta a la de la verdad que todos parecen honrar.       

Primero, atacan esta verdad pretendiendo igualarla a su obra y buscando hacer las mismas cosas que ella, sin su orden, aunque se defiendan de esta inculpación diciendo, con razón, que no crean nada.
 
Segundo, atacan esta verdad de la manera más insensata, buscando hacer su obra por una vía opuesta a la que siguió en todas sus producciones. Así, al no actuar por la vía virtual, tratan de procurarse el esbozo de todas las Naturalezas, sacando solo frutos mudos, silenciosos, sin vida, sin inteligencia, ante los cuales se inclinan, es cierto, como si los hubiesen recibido de la misma Verdad. Pero dejarían de exaltarlos si conociesen su fuente y su origen, y disfrutando de estos frutos, gemirían sobre los procesos que se los proporcionan y sobre la mediocridad de las ventajas que pueden esperar.

En efecto, los procesos del arte hermético no pueden sacudir el centro del Principio sin quebrantar el mismo Principio, ya que es allí donde reina y actúa. Ahora bien, ¿no es mantener una carrera absolutamente contraria a la naturaleza de los Seres materiales el querer gobernar el Principio por otra acción que la que es análoga a su propia esencia? ¿No violamos de esta forma el orden establecido, tanto para la Naturaleza temporal material como para la naturaleza temporal inmaterial?

Además, este Principio, siendo accionado por otra ley que la que le es propia, y al recibir de esta forma solo una sacudida débil y pasajera, devuelve sólo igualmente una acción débil y pasajera.

He aquí por qué estos resultados hablan solo cuando son visibles: por qué solo podemos apercibirlos con la luz elemental natural o artificial; por qué sólo tienen un tiempo y por qué cuando este tiempo ha pasado ya no se manifiestan más; por último, por qué no tienen ninguna de las condiciones indispensables para ser verdaderos, para dar pruebas de que fueron extraídos por la buena vía y para mostrar que tienen efectivamente en ellos el germen de su fuego y de su vida.

Sé que esto solo será comprendido por los filósofos herméticos y por hombres instruidos en ciencias más profundas y más esenciales que la suya. Sin embargo, aquéllos que ignoran los procesos del arte hermético y no conocen ninguno de los frutos que pueden derivarse de ello, me entenderán lo suficiente para aprender a discernir estos frutos si tuviesen algún día la oportunidad de verlos, y para mantenerse en guardia contra el abuso de las expresiones empleadas por los partidarios de esta ciencia, porque entre éstos, los hay que pareciesen lo bastante hábiles y bastante persuadidos como para ser peligrosos. Pero ¿es posible que tengan buena fe siguiendo el culto de las sustancias corruptibles, disimulando con ello que solo buscan con tanto ardor un espíritu que sea materia para poder llegar desde él al que no lo es?

Este abuso de expresiones, esta confianza, o más bien estas ilusiones, se muestran al descubierto en las pretensiones de la mayoría de los filósofos herméticos que se vanaglorian de poder operar sobre la materia prima.

Todos los procesos sensibles y materiales, lejos de recaer sobre la materia prima, solo pueden tener lugar siempre en la materia segunda y mixta, dado que la materia prima no puede ser sensible ni a nuestras manos, ni a nuestros ojos, ni a ninguno de nuestros órganos, ya que ellos mismos solo son materia segunda y compuesta.

Además, ¿qué desproporción no hay entre el fuego grosero y ya determinado que emplean y el fuego fecundo y libre que sirve de Agente a la Naturaleza? ¿Qué pueden esperar de sus vanos esfuerzos si comparan el objeto de sus deseos con lo que recibirían por el disfrute del empleo de un fuego más puro y menos destructor?

No recordaremos lo que se ha dicho en la obra ya citada sobre la diferencia entre la materia prima y la materia segunda o, si se quiere, sobre la diferencia entre los cuerpos y su Principio. Basta con decir que esta materia prima, o este Principio de los cuerpos, está constituido por una ley simple y que participa de la unidad, lo cual la hace indestructible, mientras que la materia segunda o los cuerpos están constituidos por una ley compuesta, la cual no se muestra jamás en las mismas proporciones y, por eso mismo, hace inciertos y variables todos los procesos materiales del hombre.

A falta de haber hecho estas distinciones importantes, los filósofos herméticos en todo momento son víctimas de su primer error y, su doctrina, así como su carrera, conduce al error a todos aquéllos que se dejen seducir por lo maravilloso de los hechos que nos presentan.

El uso que están haciendo de la oración para el éxito de su obra y su persuasión de no poder conseguirla jamás sin esta vía, no debe impresionar. Porque es aquí donde su error se manifiesta con más evidencia, ya que su trabajo, al limitarse a sustancias materiales, no se eleva en absoluto por encima de las causas segundas.

Ahora bien, estando estas causas segundas, por su naturaleza, por debajo del hombre, no es engañarlo decirle que él está hecho para disponer de ellas. Si los filósofos herméticos tienen bastante experiencia y conocimientos para preparar convenientemente las sustancias fundamentales de su obra, y esta obra es posible, deben conseguirlo pues con certidumbre, sin que tengan necesidad para ello de interponer otra Potencia que la que es inherente a toda materia y constituye su manera de Ser.

Además, hay un peligro casi inevitable al que el filósofo hermético está expuesto: es que orando para su obra, ocurra muy a menudo que ore a su misma materia. Cuanto más los frutos que consigue parecen perfectos y liberados de las sustancias groseras, más está tentado a creer que se acerca a la Naturaleza divina, porque viendo sus sentidos alguna cosa superior a lo que percibe ordinariamente, está seducido por esta apariencia y cree tener motivos muy legítimos para justificarse en su error. Por esta vía, los filósofos herméticos se hunden en nuevas tinieblas y perpetúan las tristes consecuencias de su entusiasmo y sus prevenciones.

Apenas me detendré sobre el motivo que les impide revelar sus pretendidos secretos, por este temor que les gusta de que si su ciencia se hiciera universal, aniquilaría las sociedades civiles y sus imperios, y destruiría la armonía que parece estar en la Tierra. ¿Cómo su ciencia podría hacerse universal si, tal como la enseñan, solo podría ser el privilegio de la minoría de los Elegidos de Dios?  Y además, ¿qué tendrían que lamentar las sociedades civiles y los imperios si, cambiando de forma, solo recogerían ya en su seno a hombres virtuosos y bastante instruidos como para saber alejar las enfermedades de su cuerpo, los vicios de su corazón y la ignorancia de su espíritu?

Reuniendo todas estas observaciones con la gran ley de la inferioridad que deben tener los emblemas para con su tipo, reconoceremos que la filosofía hermética no ha podido ser el primer objetivo ni el tipo real de las alegorías de la fábula [de los mitos]. Sería contra la verosimilitud que la naturaleza del hombre iluminado lo hubiese llevado a imaginar la intervención de las divinidades para velar una ciencia que se contradice y las injuria; una ciencia que alimente a este hombre con la esperanza de la inmortalidad y que le dispensa de tenerla en la mano; que le promete, sin sus auxilios, los derechos más poderosos sobre la Naturaleza; que, si es posible en toda su extensión, debe encontrarse en las simples leyes de las sustancias elementales y por eso mismo inferiores a la ciencia realmente propia al hombre; que si tiene una fuente más elevada, ya  no está a nuestra disposición; que, por último, encierra únicamente en ella más ilusiones y peligros que todas las demás ciencias materiales juntas, porque siendo falsa como ellas en su base y en su objeto, sin embargo tiene por sus procesos, por su doctrina y por sus resultados, más semejanzas con la verdad.

Si en las diferentes clases de filósofos herméticos los hay que parecen tomar el vuelo más alto y pretenden conseguir la obra sin emplear ninguna sustancia material, no podríamos negar que su carrera fuese más distinguida. Pero no encontraremos su objeto más digno de ellos, ni su meta más legítima".

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