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domingo, 13 de octubre de 2013

El trabajo del alma debe tender sin cesar a su principio divino. Saint-Martin


El cuerpo solo tiende a las cosas materiales, tenebrosas como él, y termina por reunirse con su centro que es la Tierra.

Ahora bien, ¿cómo se puede imaginar una mayor antipatía que la de dos seres que tienden cada uno a dos centros opuestos, uno superior y otro inferior?

¿Cómo imaginar que su unión podría ser eterna, puesto que esta unión comienza y, por la acción particular de cada uno, tienden a separarse?

Como debe ser, al final el lazo que les somete uno al otro se rompe y continúan alejándose hasta la perfecta reintegración de cada uno en su fuente, a saber, los cuerpos particulares en el cuerpo general, los cuerpos generales en el eje fuego central y el alma espiritual del hombre en su principio divino […]  

Es una sucesión continua de cuerpos que nacen y otros que son destruidos; lo que supone para nosotros un indicio muy sorprendente de que la materia no es eterna, pues, ya que los cuerpos materiales particulares surgen ante nuestros ojos, es natural concluir que el cuerpo general surge igualmente; las producciones particulares deben operarse por las mismas leyes de la producción general, atendiendo a que todo ser creado presenta la imagen del principio del que ha salido.  

[…] El trabajo del alma debe ser pues tender sin cesar a su principio divino por sus deseos y por sus oraciones y desligarse de toda afección que pudiese retenerla hacia las cosas creadas y perecederas que le son inferiores

Las Lecciones de Lyon, nº 92, 6 de marzo de 1776.  

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